Una tarde con los castreños

Sandra Caamaño Tubío

CULTURA

17 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Era un precioso día de primavera y mis padres habían decidido llevarnos a un monte que hay cerca de Rianxo, nuestro pueblo. Mi hermana y yo estábamos correteando por el monte viendo un castro en ruinas cuando en un determinado momento nos alejamos de ellos. Me acerqué a uno de los castros, que estaba bastante bien conservado. Lo comenté con mi hermana y decidimos entrar. Observamos detenidamente el castro por dentro hasta que de repente nos acordamos de que teníamos que volver junto a nuestros padres. Si no nos veían se iban a preocupar mucho.

Cuando salimos de su interior, no dábamos crédito y no entendíamos qué había pasado, pero todos los castros de alrededor estaban perfectamente conservados, con sus tejados de paja incluidos. Vimos cerca unas niñas más o menos de nuestra edad, pero vestidas de una forma muy rara y fuimos a hablar con ellas. Les preguntamos si habían visto a nuestros padres, pero parecía que no. Nos dijeron sus nombres, muy difíciles de pronunciar para nosotras y nos llevaron a un castro donde había un señor viejo meditando. Nos dijo que ahora tendríamos que quedarnos allí, en ese otro mundo hasta que se hiciese de noche y saliese la luna, pero que en nuestro mundo no pasaría el tiempo, así que a nuestros padres no les daría tiempo a echarnos de menos. Así que estuvimos jugando con esas niñas tan simpáticas a unos juegos parecidos a los que tenemos nosotras hoy en día, pero hechos con materiales naturales: piedras, palos, etc. Lo cierto es que lo pasamos estupendamente.

Cuando anocheció, el anciano se acercó y nos colocó unos preciosos colgantes de piedra hechos por él decorados con animales salvajes, para que cuando quisiéramos visitarlos pudiésemos hacerlo desde cualquier lugar. También nos insistió en que no podíamos decirle a nadie nada de lo que había ocurrido. Regresamos a nuestro mundo y allí aún era de día. De hecho, seguía siendo la misma hora que cuando nos habíamos metido en el castro. Allí estaban nuestros padres, ni se habían percatado de nuestra ausencia. Pero nosotras, ¡cómo los habíamos echado de menos¡ Aun así... ¡Qué divertido había sido pasar una tarde con los castreños!

Sandra Caamaño Tubío. 11 años. Vigo. Estudiante