La odisea del Estatuto tal como yo la viví

Nona Inés Vilariño PUEBLOGALLEGO

EL PUEBLO GALLEGO

José Luis Meilán Gil, Manuel Iglesias Corral y Francisco Vázquez, durante los debates sobre el estatuto de autonomía
José Luis Meilán Gil, Manuel Iglesias Corral y Francisco Vázquez, durante los debates sobre el estatuto de autonomía

La recuperación de la autonomía fue uno de los momentos políticos más emotivos de mi vida, aunque también tuvo sus turbulencias por la tensión que había en UCD, el partido al que pertenecía entonces

24 abr 2021 . Actualizado a las 17:09 h.

La serenidad con la que vivo este momento, sin más ataduras que la lealtad a mis principios y a mis raíces, me permite echar al olvido -que no es lo mismo que olvidar- lo mucho que me costó superar la pérdida de lo que defino como inocencia política. Viví como diputada el proceso constituyente. La experiencia me proporcionó suficientes motivos para sentirme políticamente feliz. La concordia, el respeto a las instituciones, la búsqueda del consenso para consolidar los derechos, las libertades y la alternancia política, sin el peligro de confrontaciones que arruinaron por muchos años nuestra convivencia, fueron señas de identidad de una Transición admirable y admirada.

El Estatuto de Galicia fue uno de sus frutos. Y su gestación, un proceso con alguna similitud. En mi caso, emocionalmente partido en dos tramos. El primero, intenso y políticamente arriesgado, terminó cuando se aprobó por unanimidad el proyecto de Estatuto presentado a la Asamblea de Parlamentarios en junio de 1979, después de un proceso que consiguió integrar, por voluntad de los partidos parlamentarios, a fuerzas extraparlamentarias, a galleguistas históricos y a personalidades de prestigio. Lo que suponía una apuesta por la concordia, por un Estatuto de todos y para todos. La sesión final se desarrolló con serena solemnidad y emoción, alimentada con referencias a nuestros poetas, pero también a hechos históricos, manifiestos, voces libres...

Personalmente viví uno de los momentos políticos más emotivos de mi vida. Los discursos de los portavoces y del presidente Rosón merecen figurar en la antología de discursos históricos de referencia imprescindible. Y la sesión final de la Asamblea es fuente, vigente aún, de aprendizaje del deber ser de una actuación política digna del respeto de todos. Tuve el privilegio de ser designada miembro de la delegación de parlamentarios gallegos que defenderían el texto aprobado en Galicia en su tramitación en Madrid. Y vivir desde dentro todo el proceso.

Pronto aparecieron las turbulencias. La cohabitación entre los líderes de la UCD era imposible. Y en Galicia tenía dos almas. Una de ellas, galleguista de origen y convicción. La otra, que compartía la necesidad del proceso autonómico, era reticente a algunas propuestas que, temía, debilitarían al Estado.

La odisea gallega se convirtió en carrera de obstáculos insuperables desde la fidelidad a lo acordado por consenso. Solo citaré algún ejemplo. Aparece (según se nos dijo, aceptada por el PSOE) una propuesta que nos sorprende: emparejar el Estatuto de Galicia, que sería modelo para los restantes, con el de Andalucía. Grosero recurso para obviar que la disposición transitoria segunda de la Constitución ya nos había unido a Cataluña y al País Vasco. Personalmente viví un enfrentamiento con un ministro que se autonombró portavoz de los parlamentarios de la UCD de Galicia, ofreciendo soluciones no acordadas. Sentí, con dolor, la presión del poder y la frustración de que un ministro del Gobierno no escuchase a quienes lo sosteníamos. Aquí, y así, perdí mi inocencia y comencé mi travesía hacia el pragmatismo. Se nubló el paisaje inicial y la desconfianza sobrevoló todas las actuaciones. Y llegó el aldraxe, que marcó a los parlamentarios gallegos de UCD sin distinción, con el fuego atizado por las emociones populares, alimentadas con medias verdades. Pero seguimos luchando sin descanso para salvar el proyecto, sin traicionarnos, ni a nosotros ni a Galicia. Hubo sospechosos silencios de políticos gallegos. Y también apuestas valientes por la lealtad a Galicia antes que al partido.

Y llega el parón. Pero la fe y el trabajo consiguieron el milagro de un nuevo consenso. Y, por fin, el referendo. Ya no habría un paraíso perdido que suscitase frustraciones y emociones que se agitan en la dirección que interesa…

Cuarenta años después, habría que rescatar del olvido lo que aquel proceso nos enseñó y cómo la discordia intolerante jamás es el camino…