El padre que asesinó a sus hijas en Moraña, condenado a pagar 300.000 euros a la madre, abona finalmente 258

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

MORAÑA

La carta que recibió Rocío Viéitez esta semana, en la que le comunican que le pagan 258 euros por la muerte de sus niñas.
La carta que recibió Rocío Viéitez esta semana, en la que le comunican que le pagan 258 euros por la muerte de sus niñas. La Voz

«Non só che matan ás fillas, senón que tes que vivir un desatino legal, económico e social terrible», dice la progenitora, que solo en el proceso judicial gastó 20.000 euros

09 jun 2023 . Actualizado a las 20:30 h.

Rocío Viéitez, madre de las niñas asesinadas por su padre en Moraña el último día de julio del año 2015, se acostumbró a que le digan que ella está hecha de otra pasta, que es un ser excepcional. Pero la realidad es que conversar con ella solo lleva a esa conclusión. Rocío es capaz de visitar el pasado, el horror que vivió aquella mañana que desayunó con el crimen de sus pequeñas, con una fortaleza descomunal, sin que el odio manche su discurso y a la vez sin ceder un ápice en la defensa de los derechos de sus crías y de ella misma como víctima de violencia vicaria. Ella, esquiva a todo lo que sea la repercusión mediática, sale a la palestra porque esta semana se ha producido una novedad en su caso que no puede dejar pasar por alto. El padre y a la vez asesino de sus hijas, llamado David Oubel, que tenía que pagarle 300.000 euros por la responsabilidad civil del crimen, finalmente abona 258 euros por haberlas matado

Rocío estaba fuera estos últimos días, cuando desde la casa de sus padres le llamaron para decirle que la cartera había traído una misiva de la Audiencia. Son tantos los quebraderos de cabeza legales a raíz del asesinato de sus niñas que ella no se imaginaba qué podía ser. Pero, por supuesto le dijo a su progenitora que la cogiese y que se la leyese inmediatamente. Y, cuando la voz temblorosa de su madre terminó de relatársela por teléfono, a Rocío casi le un ataque de risa. En realidad, lo que le comunicaban es para llorar. O para gritar. Pero es que Rocío, mujer de hierro, hace tiempo que no le concede su tristeza a la podredumbre que el sistema lleva escupiéndole desde el mismo día del crimen. Porque en esa carta le comunicaban el ingreso en su cuenta de 258 euros y le informaban de que esa es la cantidad que cobrará por la responsabilidad civil del crimen por parte de su autor, a la sazón su exmarido y padre de sus hijas. Porque resulta que a David Oubel le condenaron a pagar 300.000 euros en sentencia firme en el año 2017. Pero, finalmente, a ella solo le abonarán esos 258 euros. ¿Cómo puede pasar semejante cosa? La explicación de cómo se gesta ese desatino es larga y retorcida. Pero, por suerte, Rocío la narra con asombrosa capacidad didáctica y precisión de cirujano

Tras el crimen de las niñas, Rocío Viéitez tuvo claro desde el minuto cero que quería personarse como acusación particular. Podía no hacerlo y el fiscal o alguna asociación habría defendido a sus pequeñas. Pero su conciencia no le permitía quedarse a un lado y que no tuviera prioridad, por ejemplo, para que le comunicasen si el asesino pedía permisos o cuestiones similares. Aunque ahora, en parte por su lucha, han cambiado las tornas y las víctimas de violencia vicaria (la que se ejerce contra una mujer a través de sus hijos) tienen derecho a asistencia legal gratuita, ella no lo tuvo. Como mucho, podía pedir a la Administración un adelanto de seis mil euros, que luego tendría que devolver. Ella no llegó a solicitar tal cantidad. 

 

Así que le tocó contratar y pagar abogado y procurador. Solo tiene buenas palabras para los profesionales que llevaron su caso, ahora ya amigos, a los que pagó de su bolsillo, ayudada por sus padres y otros famiilares, los correspondientes honorarios. 

En julio del año 2017, coincidiendo casi con el segundo aniversario del crimen de las dos niñas, que tenían 4 y 9 años cuando su padre las asesinó, David Oubel se convirtió en la primera persona en España en ser condenado a prisión permanente revisable. Se le imponía también una orden de alejamiento de treinta años de Rocío Viéitez, su exmujer y madre de las pequeñas y, además, se estipulaba que tenía que pagarle 300.000 euros por la responsabilidad social de haberle quitado la vida a sus niñas. Rocío dice que desde el minuto cero intentó que no le impusiesen semejante cantidad. ¿Por qué? «Eu sabía que non tiña bens de onde sacar para pagar iso, que o único que tiña era unha casa hipotecada, e que polo tanto o banco cobraría primeiro ca min. Polo tanto, dende o principio tiven claro que non ía cobrar. Houbo quen me dixo que eu ía sacar cartos de aí, pero eu sabía que non era así. E o problema é que ti tes que pagar unha parte proporcional diso que consegues na sentenza, cobres ou non. Así que canto máis lle puxeran, eu máis ía ter que pagar sen cobrar previamente nada, porque tiña claro que ía ser así». 

El tiempo comenzó a darle la razón. A David Oubel le embargaron sus bienes (la casa hipotecada y dos perros) para que cumpliese la condena pero, por «desatinos terribles», Rocío seguía sin ver un solo euro. Ella, que no le duelen prendas en decir que «os cartos non devolven ás nenas, pero polo menos axudarían a que tivera unha vida máis normal», explica cómo lo pasó en los primeros años. Es autónoma y estuvo de baja dos meses tras el crimen, con lo que sus ingresos mermaron. Luego, volvió a trabajar, pero ni mental ni físicamente estaba preparada para afrontar la jornada laboral completa, así que lo hizo poco a poco, con lo cual nunca volvió a ganar lo mismo que antes del crimen. 

También se cambió de casa, con lo que empezó a pagar un alquiler, porque no era capaz de continuar residiendo en un piso lleno de recuerdos de sus niñas. Paralelamente, sus gastos se dispararon. Porque, aunque ahora sí está reconocida como víctima de violencia vicaria, en aquel momento esa figura no existía y ella no tuvo ninguna ayuda económica. Lo único a lo que tuvo acceso fue a veinte sesiones de psicólogo gratuitas, que ni de lejos le llegaron para afrontar su duelo. Necesitó mucho más ayuda de terapeutas, que se pagó de su bolsillo mientras también hacía frente a los pagos legales. «Tiven que pedir axuda á familia. E eu tiven a sorte de ser capaz de seguir traballando... de non ser así, que tería sido de min? Sei que os cartos non me van devolver as nenas, pero se tivera cobrado polo menos podería chegar a fin de mes sen agobio. E poder, eu que sei, ir un día cear ou facer calquera cousa», señala. 

Y entonces cuenta que, cuando un terrorista de ETA no tiene bienes para cumplir su responsabilidad social, es el Estado el que la asume. Pero no casos como el de ella: «Non só che matan ás fillas, senón que tes que vivir un desatino legal, económico e social terrible», denuncia Rocío con su arrolladora fuerza y a la vez tremenda serenidad. Si el crimen fuese ahora, cuando ya está reconocida la condición de víctima de violencia vicaria, sí tendría acceso a ayudas. Pero en su caso no es posible porque tendría que haberlas solicitado justo después de haber perdido a sus niñas y, entonces, no existían esas ayudas. Es decir, el sistema dándole en la cara nuevamente con sus «despropósitos terribles». 

Teniendo en cuenta lo vivido, suena casi lógico que esta semana, cuando recibió la noticia de que finalmente el padre de sus hijas abonará únicamente 258 euros por haberlas matado (ni siquiera lo paga él directamente, sino que el montante es fruto de haberle embargado los bienes, de que primero cobrase el banco su deuda y luego le diesen a ella el resto) a Rocío casi le diese la risa. No es una carcajada. Es una sonrisa de esas escalofriantes como las que provocan las viñetas humorísticas de Castelao. Rocío ríe y dice que, después de creer que ya no le pagaría un solo euro, ahora ni siquiera sabe en qué invertir esos 258 euros. Pero, como tiene una capacidad innata o adquirida a fuerza de golpes de transformar el horror en belleza, cree que lo que hará será comprar libros de la colección Candemaia (unas publicaciones que ella traduce, entre las que hay títulos como Mulleriñas, y que llevan ese nombre en honor de sus niñas) y donarlos a bibliotecas públicas. «Non me dará para moitos, serán dez eu así, pero polo menos que eses 258 euros que simbolizan tanto sirvan para mercar libros», explica esta madre de hierro. 

Lo único que le ha reconfortado de la carta recibida es que cree que, con ella, pone punto y final a un proceso que le parece tremendamente injusto haber vivido. Porque, si desgraciadamente el asesinato de sus hijas no tiene solución, que ella no hubiese tenido que pasar por esos «desatinos» legales, sociales y económicos sí estaba al alcance del sistema. Puntillosa hasta límites tremendos, Rocío hace constar una última cuestión: su abogado pidió que, si algún día David Oubel vuelve a tener bienes a su nombre, siga pagando por lo que le hizo a sus hijas en forma de responsabilidad civil hacia su madre. Pero, lógicamente, no confía en que en el futuro vaya a cambiar la condición económica del asesino, que calcula que como mínimo no tendrá permisos penitenciarios hasta el año 2040 (con lo que saldrá de prisión ya en edad de jubilación).

Mientras tanto, Rocío, que hace partícipe a sus abogados, psicólogos y sobre todo a su familia de haber logrado sobrevivir, sigue adelante con su día a día. Y resume su existencia en estas frases que son casi un epílogo literario: «O día que matou ás miñas fillas a min trituroume. Non me quedou unha fibra do meu corpo sen triturar, ni física, nin mental nin emocionalmente. A partir de aí, a opción é arrastrarte pola vida sendo un amasijo de carne ou intentar volver ter solidez. Sabes que nunca máis vas ser unha carne sólida, un solomillo, pero podes ser unha hamburguesa, incluso un steak tartar. E así o fas, así segues vivindo», indica. Y luego, dando muestra de que la retranca es también una tabla de supervivencia para ella, añade: «Eu vou estando contenta sendo un steak tartar, que é cru, pero ao fin e ao cabo é unha delicia».

Habla por ella. No quiere representar a nadie y sobre todo no quiere que nadie se erija en portavoz de su caso, algo contra lo que lleva luchando desde el primer día y que le ha generado también muchos disgustos. Pero se acuerda de otras madres a las que conoce, trata y quiere, que no lograron volver a trabajar tras el asesinato de sus hijas y, además de perder a lo que más querían, están en la ruina económica y social. Por ella, por ellas, Rocío habla. Sin alzar la voz, sin odio, pero con las ideas tan firmes y claras que estremece a quien la escucha.