Por la sección cuarta de la Audiencia Provincial pasaron también alrededor de una decena de testigos, entre familiares y peritos, que evidenciaron ciertas contradicciones en el relato de los hechos y dibujaron el perfil de la menor como una niña con necesidad de ser centro de atención.
La abuela cuestionó el relato
La primera que puso en duda la versión de la menor fue su abuela paterna, con la que la niña convivía desde los 5 años. Contó que la pequeña perdió a su madre cuando tenía solo 4 años y la custodia inicial fue para los abuelos maternos, lo que llevó a la niña a O Vao. Un año después la pequeña se trasladó al domicilio paterno, en Soutomaior, donde convivía con sus abuelos y sin apenas contacto con su padre, a quien no le une ningún vínculo afectivo. Fue a su abuela a quien primero le contó lo que había ocurrido. E inicialmente la creyó. Convocó una reunión familiar para esclarecer el asunto y cortó las pernoctaciones de la niña en casa de su madrina. Sin embargo aseguró que con el paso de los años se dio cuenta de que la pequeña «exagera» y que incluso llegó a inventar «que le pegué». Su situación personal derivó en una atención psicológica constante desde los 6 años en el centro médico de A Parda. La psicóloga que la atendía reconoció en el juicio que la menor nunca mencionó los hechos que se juzgaron, a pesar de que la visitaba bimensualmente. La técnica del servicio municipal de intervención familiar que emitió el informe que facilitó la tutela de la joven al departamento de Menores de la Xunta definió a la niña como una persona muy inteligente, con mucha creatividad y con necesidad «de llamar la atención», pero con cierta conflictividad derivada de sus vivencias personales. Llegó a escaparse de casa de su abuela en dos ocasiones, antes de que la Xunta asumiese su tutela.