El nominado a los «óscars» del surf hacía spas

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Daniel Rodríguez Figueira dejó la empresa familiar y su carrera como ingeniero por el yoga y las olas

14 mar 2017 . Actualizado a las 14:47 h.

Daniel Rodríguez Figueira habla despacio y pausado, aunque a veces no puede evitar reír. Lo hace cuando recuerda algunos de los episodios más peculiares de su vida, como cuando se convirtió en el primer gallego en ser nominado a los premios Billabong XXL Big Wave Awards, algo así como los «óscars» del surf, matiza. Lo hizo en la categoría de mejor caída, o a la más espectacular, se podría traducir. Aunque reconoce que «fue una carambola», y que casi se lo debe más a uno de los grandes surfistas del mundo, Eric Rebiere, un francobrasileño que «acababa de venirse a vivir a Galicia, y subió un aviso a Facebook preguntando si alguien le acompañaba a coger unas olas». Y él rápidamente se apuntó; primero, porque la palabra surf dominaba la frase, y segundo, porque tenía ocasión de practicarlo con uno de los mejores.

Dani es consciente de cómo suena su historia, y de lo difícil que puede ser llegar a entender que dejara todo lo que tenía para ser feliz. Y ahora, a sus más de 40 años, cuando se le pregunta si se arrepiente de algo, apenas deja terminar la frase. «No, no, no -va bajando el volumen inconscientemente, hablando para sí mismo-... que no. Ahora valoro otras cosas, y creo que nunca me he arrepentido».

Se refiere a los estudios que terminó como Ingeniero Agrícola en Lugo. Y se refiere también a la empresa que montó con sus hermanos de instalaciones de agua y con la que tan bien les fue durante la época de vacas gordas de la construcción. Montaban spas y circuitos de agua, balnearios y, entre otras cosa, el Palacio de la Casa del Agua. Como fueron ellos mismos los que le metieron el veneno del surf en las venas, que descubrió en A Lanzada gracias al primogénito de los cuatro, cada vez que tenía algún viaje, ya fuera de trabajo o de ocio, se escapaba un rato a coger unas olas. Cuando comenzaron, apenas se veían surfistas por esta zona del litoral, así que llamaban la atención. Para Dani se convirtió en «una obsesión».

Lo del mar le venía de familia. Su abuelo, Pepe Malecho, y su padre practicaron siempre pesca submarina, pero lo que realmente le engancha a él de, surf «es la sensación de libertad, de disfrutar de la naturaleza de una manera total, es coger una ola y acompañarla hasta la orilla». Al principio, compaginaba la empresa con su afición favorita: «Íbamos todos los días a practicar a Vigo a las 7 de la mañana antes de ir trabajar, y practicaba allí dos horas diarias, durante tres meses. Y yo sabía que aquello me iba a liberar e iba a dejar el trabajo, pero fui poco a poco, y me liberé del trabajo, y a partir de ahí empecé a hacer solo yoga. Solo».

El yoga Ashtanga, el que practica, fue el último elemento en llegar a su vida, pero también el que cerró el círculo. En una de sus vacaciones de la empresa, en 1995, aprovechó para irse con su hermano al Himalaya en un viaje con Jesús Calleja y el hermano de este como guías. Irían primero a Katmandú, harían un trekking de 21 días, bajarían y estarían otros 3 días en Katmandú. E intenta explicar lo que sintió en aquella cordillera: «Vas allí, estás andando en la altitud, respirando el aire lo más puro que hay, has arreglado todos tus problemas aquí en casa para poder ir, y te sientes libre, no tienes cargas. Y vas a andando por ahí ocho horas al día, comiendo súper sano, viendo el paisaje más bonito que en tu vida viste. Ahí... uf, es difícil de explicar, te sientes pleno. Plenitud es la palabra. Te sientes sano físicamente, no tienes preocupaciones, estás en un sitio alucinante en el que la naturaleza te está impactando, ves esas moles de nieve y de hielo, con esa magnitud, y se te para la cabeciña y te sientes muy bien. Y yo creo que esos estados son lo que se busca practicando yoga».

¿Y en el surf, qué relación tienen ambos deportes, aparentemente tan opuestas: una llena de adrenalina y la otra de paz? No es capaz de dar con la respuesta a la primera, pero unos minutos más tarde la encuentra e interrumpe la conversación. El tono de voz y la manera de dar forma a las sensaciones cautiva: «Es muy parecida la sensación de practicar una cosa y otra, solo que en surf utilizas una ola. En las dos actividades estás absorto completamente haciéndolo, no piensas en nada más, estás ahí en el momento y eso es una pasada».

Incluso aunque sea para caerse. La ola de Oia, matiza, «no era muy grande comparada con las otras nominaciones, por eso te digo que fue una carambola. Yo tuve una caída muy fea, porque es en una zona de rocas, pero el otro compañero que cogió la misma ola cayó encima de la tabla y se pegó un golpe muy grande, y era muy visual el vídeo».

https://youtu.be/wGhriLRudfg

Y cuenta algo, en el mismo tono de voz baja y pausado, que parece dar con una clave y ayuda a entenderlo, aunque sea desde una tabla: «Fue muy bueno porque me dio una cura de humildad, y a la vez me dio fuerza».

Era un logro histórico para imperfectos.