La superviviente que por fin se quiere a sí misma

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

MONICA IRAGO

Dice que era «emocionalmente dependiente». Lo pasó mal. Y cambió. Lo va a intentar contar en un libro

01 sep 2016 . Actualizado a las 11:23 h.

Esta podría ser la historia de una mujer guapa. Porque Lavinia Dutza, con sus ojos grandes y su sonrisa perfecta, es realmente hermosa. Pero desde hace tiempo, quizás desde siempre, se dio cuenta de que la belleza física, que reconoce que le abrió muchas puertas, a veces también hace de pararrayos de disgustos. Quizás por eso o por lo que sea es de estas personas que se cuidan cada día por fuera, pero también se mima por dentro. Lo resume bien ella con una frase que leyó en algún sitio. «Hay que caminar por la vida como si los demás fuesen ciegos, para que vean lo que hay en ti», defiende. No es difícil bucear en el interior de Lavinia. Habla con una franqueza y sinceridad pasmosas incluso cuando recuerda sus tormentas vitales. Porque, aunque tiene solo 28 años, ya superó unas cuentas. De hecho, al escuchar su historia, impulsivamente, uno elige para ella el adjetivo superviviente.

Empecemos por el principio. Lavinia Dutza, si hubiese seguido el guion que la tradición de su país y su familia marcaban, ahora tendría que vivir en Rumanía, dejar que su marido hablase por ella y ser una buena madre de sus hijos. En los primeros años de su vida todo hacía indicar que ese sería su futuro. Nació en una familia rumana acomodada y muy implicada en la iglesia protestante, sus padres son funcionarios en una ciudad ubicada en la región de Oltenia, ella acudía puntualmente a los cultos, estudiaba ópera -de hecho, llegó a terminar sus estudios en el conservatorio- e incluso sacó un disco en el que cantaba música religiosa, con una foto angelical suya en la portada. Pero a los 18 años todo cambió. Se enamoró de un español y decidió escaparse tras él. Llamó a su madre cuando estaba a punto de coger un avión hacia España. Ella pensó que era una broma. Pero nada había sido nunca tan real en su vida.

Aterrizó en Madrid y los primeros años no fueron fáciles. No se le nota dolor en su mirada cuando habla de que hubo días que apenas tenía para comer. Ni cuando recuerda que tuvo que decir un no rotundo una y otra vez a una vida «que suponía perder la dignidad como persona y como mujer y que mucha gente pensaba que quizás me interesaría siendo extranjera y estando tan sola». Ni siquiera se le nota afligida ya cuando alude al año entero que sus padres tardaron en perdonarle la huida para abrazarla de nuevo después. Pero sí le cambia la expresión, se le hunde la mirada, al decir: «Lo peor fue ser una persona emocionalmente dependiente. Eso me hizo sufrir mucho con esa pareja que tenía y con otras personas». Pero Lavinia se hizo grande en la adversidad. Dice que le ayudó tener alrededor gente que tiró de ella. Y en esa lista incluye al cantante y jefe de una orquesta madrileña, Diamante el show del calvo, en la que ella cantó. «Me trataba como a una hija», dice.

El desembarco en Galicia

Sí. Porque, una vez en España, descubrió que con su voz podía hacer muchas cosas. La música la llevó a Asturias, a trabajar en distintas orquestas. Se enamoró del Principado. Pero acabó viniendo al sitio con más verbenas del mundo: Galicia. Vivió primero en Monterroso y ahora está afincada en Vilagarcía. Siguió en el mundo de la orquesta, pasando por formaciones como Distrito Xoven o Marbella, pero a principios de este verano se apeó del escenario. Es inquieta. Está acostumbrada a no parar, a cantar de noche y coser de día los trajes que luce como cantante o a componer canciones; a combinar trabajos, bien sea colocando extensiones capilares, haciendo fotos por encargo o preparando centros de flores. Se apunta a casi todo. Así que, tras quedarse sin trabajo, aceptó encantada la invitación que le hicieron desde un gimnasio para entrenarse y competir en la modalidad de bikini fitness. «La verdad es que siempre fui muy delgadita, siempre tuve complejo por ello, y me apetecía hacer deporte», dice. Nunca creyó que ahí descubriría todo un mundo.

Entrenó duro varios meses haciendo pesas y ejercicios de lo más variopinto. Siguió una dieta estricta. Compitió. Y acabó ganando. Tiene en su casa una copa como campeona de España de Bikini Fitness. Pero asegura que el trofeo más importante fue otro: «Me di cuenta de que con el mismo cuerpo delgado del que en otra época tanto me había avergonzado en realidad, entrenando, podía hacer lo que quería. Me sentí muy bien».

Habla ella con serenidad, sentada en el salón de una casa en la que vive sola y en la que, en una estantería, hay un tablero con pósits donde anota sueños. Algunos los fue cumpliendo, como el de grabar un videoclip o salir en una película -aparecerá como figurante en el próximo filme de Dani Rovira-. Otros, como terminar de escribir el libro que aún está en notas manuscritas contando cómo aprendió a quererse, aún pueden hacerse realidad. Habla de ese relato con emoción. Y pone la misma cara inocente que cuando explica que, siendo pequeña, se vestía una media en la cabeza e imaginaba que tenía el pelo largo, porque en su casa era obligatorio llevarlo corto. Ahora luce melena. Otro sueño cumplido. Lo del libro se antoja más difícil. ¿Pero por qué no?