Sin pena ni gloria

Leopoldo Centeno

PONTEVEDRA

Comentario | «El retrato de Dorian Gray»

30 oct 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

Tras el gran musical Jesucristo Superstar y un magnífico concierto sinfónico a cargo de la Orquesta Filarmónica de Frankfurt (Oder), la Obra Sociocultural de Caixanova programó la conocida y reconocida obra teatral El retrato de Dorian Gray, del poeta, comediógrafo y dramaturgo Oscar Wilde, autor de obras muy celebradas como Lady Windermere's Fan, La importancia de llamarse Ernesto o Una mujer sin importancia. El retrato de Dorian Gray fue llevada varias veces a la gran pantalla, siendo una de las mejores la dirigida por Albert Lewin, en 1945. Los que peinamos canas en razón de la edad, aun nos recordamos de este filme que protagonizaban, entre otros: George Sanders, Donna Reed, Hurd Hatfield, Angela Lansbury y Peter Lawford. Una magnífica cinta en blanco y negro, en la que solamente aparecía en color el retrato. Con esta obra teatral, el irlandés Oscar Wilde provocó en su día un gran revuelo en la Inglaterra victoriana, sin embargo, tiempo después, esta historia se convirtió en un clásico de la literatura anglosajona. Su sinopsis es la siguiente: El pintor Basil realiza un cuadro a su joven amigo Dorian Gray (pareciendo un Adonis), del cual todos quedan impresionados. Dorian dice que entregaría su alma por permanecer siempre joven, por alcanzar la eterna juventud, haciéndose realidad su deseo. Sólo su retrato va reflejando el paso del tiempo, su mezquindad y ruindad, sus crímenes y excesos y su moralidad licenciosa. Decrepitud A la vista de su imagen en el cuadro, decide esconderlo, enredándose de esta forma en una serie de mentiras y engaños. Al final rompe el lienzo a cuchilladas y, a la vez que Dorian cae al suelo muerto, el cuadro va recobrando la lozanía del joven cuando se pintó, mientras que el cuerpo inanimado de Dorian se va transformando en el decrépito estado que reflejaba el cuadro. Hay momentos triviales y dramáticos, correspondiendo éstos casi con los actos primero y segundo de la obra. La adaptación teatral que hemos presenciado es de Fernando Savater y la dirección de María Ruiz, en la que diez actores dan vida a 14 personajes de la novela de Oscar Wilde (algunos duplicaron sus papeles); destacando entre ellos Eloy Azorín (Dorian Gray), Juan Carlos Naya (Basil Hallward, el pintor), José Luis Pellicena, con voz casi inaudible (Lord Henry Watton: Mefistófeles), Abigail Tomey (en el doble papel de Sibyl Vane, novia de Dorian, y de Gladis de Monmouth), Lola Cordón (Lady Agatha) y Pilar San José (en el doblete: Lady Henry y prostituta), por no hacer prolija la enumeración. Los actores, superficiales en sus personajes, dieron poco verismo al contexto dramático y su desenvoltura en escena ha sido un tanto estática, lenta, con afectación, realizando un teatro encorsetado, a la usanza de otra época; hoy en día, la movilidad escénica es notoria, aunque sea en obras clásicas. Juega un importante papel la iluminación creada por Juan Gómez Cornejo y la música original del compositor (muy cinematográfico) José Nieto y, como no, algunos temas pianísticos de Chopin. El vestuario estuvo adecuado a la época de la acción, siendo digna de resaltar la proyección sobre la pantalla del fondo de los retratos de Dorian Gray y su metamorfosis. Quizá el mayor inconveniente de la representación haya sido el volumen de la emisión de voz que no llegaba al público, salvando las primeras filas. Si no se oye no se puede escuchar lo que dicen los actores y ello es un flaco favor que se le hace al teatro. Todas las compañías -insistimos por enésima vez- debieran desplazarse provistas de la correspondiente megafonía inalámbrica, tan al uso, como ha ocurrido (aunque en exceso) en el musical Jesucristo Superstar. Así no nos perderíamos frases tan interesantes como las pronunciadas por «Dorian en la primera parte: Cuando se pierde la belleza, se piede todo. La juventud es lo más hermoso», o al final del primer acto, cuando dice: «Hay algo fatal en el retrato. Tiene vida propia». Hacia el final de la obra, Lord Henry sentencia: «La tragedia de la vejez no es hacerse viejo, sino sentirse joven». No obstante, el público que abarrotaba el Auditorio apreció la calidad de la obra, despidiendo a los artistas con aplausos de cortesía cuando ya habían transcurrido dos horas del comienzo. Dada la expectación despertada, el público esperaba mucho más de la representación que finalmente pasó sin pena ni gloria.