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Crónica | Las anécdotas que propician las normas de protocolo El profesor Fernando Ramos desvela algunas meteduras de pata de personajes públicos en actos oficiales y sociales

22 ene 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

?na de las primeras normas de protocolo que aprendió el amo del mundo, o sea, George Walker Bush, al llegar a la Casa Blanca, es que el esmoquin no casa con las botas tejanas. La segunda, que las exquisiteces de su árida tierra tampoco son las adecuadas para una cena de Estado. De éstas y otras muchas anécdotas se sirvió ayer el profesor de la Universidade de Vigo Fernando Ramos para explicar las bases del protocolo, un conjunto de normas que, según su opinión, resuelven mejor los personajes más importantes que los «irrelevantes». «Los primeros son mucho más naturales y sencillos», apostilló ayer ante los micrófonos de Radio Voz. Lo primero, definir el término. Para entendernos, el protocolo es el conjunto de reglas que establecen el orden de preferencia de autoridades en un acto público. Pero por extensión, también se define con esta palabra a toda aquella norma de cortesía reglamentada que atiende al «decoro y la buena organización de cualquier acto». Hasta aquí, todo claro. Sin embargo, algunos personajes conocidos han provocado más de una situación embarazosa por no estar al día en estas cuestiones. Por ejemplo, Ramos cita que el delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa, es un hombre «que se preocupa mucho de que le pongan siempre en un sitio destacado». «Y eso -matiza- que profesionalmente no es nada, no tiene carrera». Ramos desveló que recientemente, en una comida (no oficial) celebrada en Vilalba, De Mesa insistió en que le situaran junto a Fraga, en detrimento de dos personalidades femeninas, «algo que en un acto social quedaba mucho mejor». Otra pifia. Ésta se la atribuye a Marina Castaño. En el funeral por Cela celebrado en la catedral de Santiago la viuda preguntó si iba a funcionar el botafumeiro, «cuando en realidad sólo se usa cuando es motivo de alegría». «Absoluta vanidad», sentenció Ramos. ¿Y cuando se plantean dudas? El profesor destaca que en esto del protocolo hay muchas costumbres extendidas que no tienen razón de ser. Por ejemplo, el tratamiento de doña para Letizia Ortiz. «Es ridículo -enfatiza-. En la tradición española uno adquiere el don cuando hace el bachillerato elemental. Es algo que tenemos cualquier persona, pero como apelativo de haber sido ennoblecido de alguna manera... Ella no está ungida por nada. No se ha casado todavía con el Príncipe». Y cuando lo haga, tampoco será princesa de Asturias, sino consorte, subraya Ramos. Más sobre la realeza. Las tradicionales genuflexiones ante los Reyes tampoco figuran por escrito en ningún libro. «Ningún ciudadano tiene la obligación de saludarles con otros ademanes que no sean la cortesía natural con que se saluda un caballero a otro o a una dama», dice. Pero hay un consejo que no falla para ninguna ocasión comprometida: «siempre es mejor colocarse detrás que que a uno le digan que tiene que retroceder, porque el sitio no le corresponde». Ya saben, apuesten por la naturalidad.