La residencia San Carlos sufrió de pleno el embate de la primera ola. Despidieron a nueve de sus mayores, que no superaron la enfermedad; y muchos más, incluidas las propias trabajadoras, se contagiaron. Se convirtieron en la primera residencia gallega en sufrir la parte más dura de la enfermedad cuando poco se sabía del virus que acabaría poniendo el mundo patas arriba. Sus peticiones desesperadas de ayuda estremecieron a muchos. Alguna recibieron. Sonia las recordaba todas y a quienes les tendieron la mano, durante el discurso de recepción del premio: desde los representantes de instituciones públicas, al ejército, el personal de servicios, las empresas y, muy especialmente, a los vecinos que se volcaron aportando lo que podían. «Grazas a tódolos que nos apoiaron naqueles momentos tan difíciles. Debemos dar as grazas pola axuda material, humana e a súa voluntariedade, pero sobre todo polas mensaxes de apoio e polos ánimos e o cariño que nos mandaban e que tanta falta nos facía», reconocía con la voz entrecortada la representante de las trabajadoras.
Su discurso terminó con el deseo de que «todo o que está pasando nos sirva para mellorar como sociedade, aprender a priorizar o verdadeiramente importante e darlle o recoñecemento que merecen os nosos maiores, que eran os grandes esquecidos da nosa sociedade».