Este año quiero conectar más con el rural y sus raíces. Quiero dedicar buena parte de mis vacaciones a vivir en Pedraio, Castrelo de Miño, Muíños o A Veiga. Respirar el frío por la mañana y dormirme exhausta de tanto caminar. Pasarme las 24 horas en chándal y escuchar lo que los abuelos del pueblo tengan que contarme. Entre medias, hacerles un resumen de mi vida amorosa de mierda, con la esperanza de que puedan solucionarla gracias a su manera de pensar y de aplicar en el amor. Quiero leer 40 libros y que una gran parte de ellos estén escritos en gallego. Ver mínimo cada quince días a mi sobrino. Sí y al resto de la familia de Melias, pero sobre todo a él. Quiero gozármelo en Culler de Pau y hacerlo, por supuesto, frente a mi mejor amiga Cris. Conseguir que unos pantalones de campana me queden genial y también que la cerveza deje de subirme como si fuese licor café -consecuencias de la abstinencia del confinamiento-. Quiero, por fin, memorizar la filmografía de mis directores favoritos y ser capaz de ver todas las candidatas a los Oscar antes de la gala. Quiero hacer reír a mi madre, al menos una vez al día, durante todos los días de este año. Que no me frene el hastío de mis amigos cada vez que alzo la copa para brindar. Que el miedo al ridículo no pueda con mis ganas de llenar el mundo de tonterías y alegrías. Acordarme de fotografiar todo lo que hago y tomarme más en serio Instagram -nunca subestimes el subidón de recibir cosas gratis-. Poner al día mis conversaciones de WhatsApp y llamar más a la gente que quiero muchísimo y vive tan lejos. Darle una oportunidad al cebollino o conseguir que me la dé él a mí. Madurar.