Pensando en las arrugas

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OURENSE

28 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Últimamente pienso mucho en la vejez, en mi vejez. Está claro que lo importante es llegar. Por eso no entiendo a quienes odian los cumpleaños. La alternativa a no cumplir me parece francamente mucho peor. Pero el regalo de la actual esperanza de vida —si no viene la desgracia a cebarse contigo en forma de enfermedad o de accidente— puede estar envenenado. Envejecer, ¿a qué precio? Rozar los cien o superarlos, ¿en qué condiciones?

Todo lo que rodea a ese futuro de abuela, que obviamente deseo tener, me genera también una profunda desazón y no pocas dudas existenciales. Ya empiezo a entender frases como «Eu o que non quero é darlle traballo a ninguén» y las comparto.

Hay bendiciones, como la de Josefa, cuya historia contábamos en La Voz esta semana. Cumplió 102 años, fue sola a la peluquería, dio un paseo y luego celebró su propia fiesta, velas incluidas, con sus compañeros de residencia y su familia. Visto así no suena mal. Pero no siempre ocurre de ese modo. ¿Y si la longevidad se convierte en una condena? ¿Estamos preparados como sociedad para asumir la responsabilidad que supone dar una vida digna a los mayores sin convertirlos, por mucho que a veces lo parezcan, en niños pequeños pero con pelo blanco y arrugas?

Tengo la sensación de que mi generación tiene que ir más allá del plan de pensiones y planificar no la jubilación, sino lo que llegará años después. Algunos lo llaman cohousing sénior y viene siendo juntarse para compartir un lugar (y la parte final de la vida). Como un colegio mayor, pero de viejos, con sesiones de estimulación cognitiva en lugar de botellones. Yo no lo veo mal y ya se lo he propuesto a mis amigas. Si llegamos, podemos pasarlo realmente bien. Y sobre todo, non dar traballiño.