Cambian las formas de prostitución: se ejerce más en pisos que en clubes

Maite Rodríguez Vázquez
maite rodríguez OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Santi M. Amil

El centro de la mujer de Cáritas atendió a 105 personas en Ourense el año pasado

12 feb 2023 . Actualizado a las 12:30 h.

«Cada mujer tiene una realidad y una historia vital muy diferente». Con esa premisa que declara la educadora social Raquel Fernández trabajan en el centro de la mujer de Cáritas para dar atención personalizada a las víctimas de trata y de prostitución, una realidad que sigue oculta, pero que en Ourense se manifiesta en casos y datos reales. El año pasado, en el centro de día del programa Alumar de la oenegé atendieron a 105 mujeres. Y dieron soporte a otras 250 con sus unidades de visita a los lugares en los que se ejerce la prostitución en la provincia, pisos y clubes, generalmente.

Salir de esa explotación sexual no es fácil para mujeres que se encuentran en situación vulnerable en España: muchas son extranjeras sin residencia legal que se enfrentan a barreras burocráticas para regularizar su situación, tienen cargas familiares en sus países de origen y ellas son las sostenedoras económicas o sufren amenazas de sus proxenetas explotadores. Cada situación es diferente y el objetivo de las cuatro profesionales que están centradas en este programa es que la mujer prostituida mejore «su situación de vida», sea en el ámbito sanitario, administrativo, formativo o laboral, intentando ayudarla en lo que necesite. Disponen de una vivienda de protección con cinco plazas de adultas y tres cunas, pues las usuarias pueden estar allí con sus hijos pequeños.

El primer contacto lo realizan dos de las especialistas del equipo, formado por una mediadora, una educadora social, una trabajadora social y una psicóloga. Las dos primeras son quienes dan el primer paso yendo a pisos o clubes. Acuden con material sanitario, explican a las mujeres en qué consiste el programa de Cáritas y en qué se las puede ayudar, describe Raquel Fernández. «Lo que más demandan es empleo, pero si vemos cualquier carencia formativa o de habilidades sociales intentamos cubrirla con talleres individuales o colectivos», añade la educadora social.

Los problemas más comunes que detectan en el perfil de mujeres que atienden en este programa es la necesidad de regularizar su situación administrativa y la atención sanitaria. La legislación no facilita una rápida estabilización para abandonar el contexto de prostitución. «La ley prevé la residencia temporal por arraigo social, pero exige tres años de empadronamiento y contrato de trabajo, por lo que muchas optan por solicitar el asilo político. Aunque se lo denieguen, les permite residir y trabajar y no tener que estar esos tres años en una situación irregular en la que continúa su vulnerabilidad», detalla Fernández sobre la cuestión que afecta a las mujeres extranjeras.

Las alternativas que les pueden ofrecer, concede la educadora social, son complicadas para mujeres que, en muchos casos, proceden de países en los que han dejado a sus hijos o tienen otras cargas familiares. «Mejorar la situación de su familia en su país de origen es su motor», constata Raquel Fernández. Las personas que están recibiendo en los últimos meses proceden mayoritariamente de países latinoamericanos: Colombia, Venezuela y Brasil, por este orden. La edad media de las mujeres que participan en el programa es de 37 años. Algunas son víctimas de trata y se encuentran muy dañadas psicológicamente y bastantes tienen problemas de consumo de sustancias estupefacientes. Empezaron a drogarse porque tenían que prostituirse y ahora se prostituyen para pagarse la adicción, resume la educadora social.

La educadora observa que la prostitución ha evolucionado a otras formas y se ejerce más en pisos o se ofrece a las mujeres por internet. «Nos es más difícil llegar. Hacemos un seguimiento de anuncios en la red u otras mujeres nos dicen. Hay sitios, como los pisos nuevos, en los que no nos dejan entrar, pero nosotras tratamos de ayudar a todas las mujeres», defiende.

«Es tremendo oír historias de mujeres que vienen engañadas y han sido violadas»

Con el programa de la mujer de Cáritas asistieron el año pasado a diez mujeres víctimas de trata en Ourense. No todas lo denunciaron. A veces, explica Raquel Fernández, son captadas en su país por gente que conoce a sus familias y temen amenazas y, además, desconfían de los cuerpos de seguridad porque en sus lugares de origen los policías son corruptos y no las protegen.

La trata de personas para su explotación sexual es uno de los delitos más graves, manifiesta la educadora social del centro. «Una víctima contaba: los tratantes han estado en mi casa, con mi padre y mi hermana y les han dicho que venía a trabajar. Hemos visto de todo, pero es tremendo oír historias de mujeres que vienen engañadas a clubes y las violan cuando son vírgenes. Otras saben que vienen a la prostitución, pero no lo que se van a encontrar», aclara la educadora.

Los tratantes buscan en países pobres a mujeres vulnerables, a las que obligan a prostituirse para pagar la supuesta deuda contraída con ellos en el viaje. «Parten con una deuda de origen de unos 10.000 euros. No están en condiciones de elegir. Lo de que ejercen libremente no es real. La sociedad que consume prostitución no conoce su situación de vulnerabilidad. Tiene razón Amelia Tiganus cuando dice que un club es como un campo de concentración», enfatiza la profesional.