Marina Muñoz, militar paracaidista: «Afganistán me cambió la vida, me hizo ver qué era lo importante»

María Doallo Freire
María Doallo OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Marina, en uno de sus saltos en paracaídas
Marina, en uno de sus saltos en paracaídas Cedida

Esta ourensana es cabo primero del Ejército del Aire, donde entró hace 22 años

26 jul 2022 . Actualizado a las 12:36 h.

Marina Muñoz (Ourense, 1980) dice que preparó las oposiciones para militar del Ejército del Aire de casualidad. Ha estado destinada en el Escuadrón de Apoyo al Despliegue Aéreo durante 18 años y ahora lleva cuatro como tripulante en el Ala 31, una unidad de transporte aéreo estratégico y táctico. Es cabo primero desde el 2008. Tiene más de quinientos saltos en paracaídas a sus espaldas. Marina ha participado en nueve misiones en Afganistán, se encargó de vigilar las vías durante las primeras horas tras el atentado del 11M y se arremangó el uniforme para limpiar la costa gallega con el desastre del Prestige. Su trabajo la ha llevado a muchos lugares en guerra, la última vez, hace tan solo unos meses. Estuvo en Polonia, en una misión ayuda humanitaria con víctimas del conflicto de Ucrania.

—¿Cómo comenzó todo?

—Una de mis mejores amigas me convenció para estudiar la oposición, así que llegué a mi casa y le pedí a mi madre 20.000 pesetas para apuntarme a una academia porque me quería ir al ejército. Su respuesta fue: «Esta rapaza no está bien». Así, literalmente, porque yo nunca había querido dedicarme a algo por el estilo y de pronto parecía que tenía mi futuro claro, sin pararme a pensar ni un momento. Aprobé con veinte años, me fui a Zaragoza de soldado raso y todavía me faltaba pasar un período de instrucción, que no supera todo el mundo, para ganarme la boina negra y quedarme. Fue muy duro, hubo veces en las que solo deseaba partirme una pierna para que me mandaran a casa. Hay que verse completamente camuflada en mitad del monte, cargando una mochila de cuarenta kilos a la espalda. Pero el orgullo y la responsabilidad de ser la única mujer en esa sección me hicieron aguantar. Esta es una profesión que requiere de muchísima más capacidad psicológica que física.

—¿Cómo llevó las misiones en Afganistán siendo mujer?

—Fui la primera mujer, en el 2002, que se trasladó al destacamento de Kabul. Llegamos al aeropuerto y lo primero que vi fue un Ilyushin, un avión ruso enorme, partido en dos y completamente reventado. Los trabajadores de la base eran afganos y les costaba entender qué hacía allí y sin tapar. Compartía la tienda con hombres y tuve que buscar rincones para cambiarme. Tardé poco en adaptarme porque lo realmente importante era lo que pasaba fuera. Aquello era la guerra. Teníamos cinco minutos cada tres días para llamar a casa y decir que estábamos bien. Nuestro trabajo era cubrir las necesidades básicas del aeropuerto de Kabul, esa fue la primera misión, pero luego vinieron muchas más porque estuvimos veinte años en Afganistán. Tengo que decir que nunca me encontré con ningún problema por ser mujer, más allá de que se sorprendiesen.

—¿En qué consistía su trabajo allí?

—En general la operación consistía en ayudar y en entrenar a los afganos para que se pudieran defender del terrorismo talibán. Por el camino creamos escuelas para niños y también de enfermería, construimos granjas y hospitales, se asfaltaron y se hicieron los primeros caminos en lugares como Qal'eh-ye Now.

—¿Cuál ha sido su misión más importante?

—Afganistán a mí me cambió la vida, me hizo ver qué era lo importante. Pensaba que tenía las ideas muy claras cuando fui, porque era muy niña, todavía no había cumplido 22 años y lo cierto es que no sabía nada de nada. Allí aprendí a valorarlo todo porque la vida es muy diferente según el lugar en el que hayas nacido, me hizo sentirme muy afortunada de ser de España, especialmente siendo mujer. Una imagen cotidiana era ver un coche ocupado exclusivamente por el conductor y que en el maletero fueran dos mujeres con burka, sin derecho a ir en los asientos. Esa guerra y esa cultura, toda la gente a la que ayudamos, me cambió en todo. Fueron dos décadas de idas y venidas a este país, donde vi cómo las niñas se convertían en mujeres, y yo con ellas. Lo hemos compartido todo.

Paula P. Ferreira

«Trajimos a niños que estaban librando dos guerras, la de Rusia y la del cáncer»

Los últimos 22 años de su vida, la militar ourensana los ha pasado trabajando en misiones que la han llevado a participar en guerras por distintos puntos del globo terráqueo.

—Acaba de colaborar en una relacionada con el conflicto de Ucrania. ¿Cómo ha sido?

—España decidió mandar ayuda desde el principio así que realizamos un primer envío con material de defensa, como chalecos y cascos. Luego llegaron los de armamento, lo que nos hizo viajar en varias ocasiones a Polonia. Aquí, hace menos de dos meses, realicé una de las mejores misiones en las que he participado en mi vida. Fuimos a recoger a refugiados y a un grupo de niños ucranianos con cáncer. Volaban con sus madres y ni unos ni otras eran capaces de mirarnos a la cara. Se trataba de pequeños que estaban librando dos guerras, la de Rusia y la de la enfermedad, y yo sabía que lo que vieran en ese avión sería la primera impresión que iban a tener de España. Conseguimos que esa sensación fuese de felicidad. Uno de ellos me pintó en un dibujo y lo voy a enmarcar en cuanto pueda. Nuestra labor es mucho más bonita de lo que uno se imagina, tratamos de proteger a la gente.

—También trabajó en la zona del Sahel, en África. ¿Qué tal fue esa experiencia?

—La franja del Sahel es la zona con mayor terrorismo del mundo. Nuestro trabajo consistía en escoltar el avión, dar protección a la nave y también a sus tripulantes. Tenemos unas claves y unos principios a seguir muy estrictos. Pero en todo este tiempo también me ha tocado escoltar vuelos oficiales, como el de la que era, en aquel entonces, ministra de Defensa, Carme Chacón, cuando estaba embarazada.

El amor fallido, vivir sin miedo y una futura vinoteca

Marina Muñoz tiene su base en Zaragoza, donde vive cuando no está en ninguna misión, aunque echa de menos Ourense desde el primer día que llegó. Acaba de comprarse una casa en el pueblo de su madre, en Santa María de Melias, en Pereiro de Aguiar, y admite que lo que más le apetecería es disfrutarla y tenerla siempre llena de los suyos.

—¿Hay tiempo para amar entre misión y misión?

—La vida personal es muy complicada trabajando en el ejército. En mi caso nunca me llegué a casar. Sí que tuve una relación muy larga, que terminó hace cinco años, y que llegó a ser una relación precisamente porque los dos éramos militares. Es muy difícil que alguien que no lo comparte acepte que te marches seis meses a una guerra y luego vuelvas.

—¿Quién sufrió más con su carrera?

—Mi madre, sin duda. Tuvo que asumir que yo tuviese este trabajo que no le gustaba nada y lleva todos estos años rezando por mí. Supongo que de alguna manera está siempre luchando con la idea de que es posible que me pase algo y eso tiene que ser muy duro. Por eso, cuando me dan una condecoración o un reconocimiento se lo dedico a ella.

—¿Quiere regresar a Ourense?

—Por supuesto, es lo que más deseo en el mundo y ya solo me quedan tres años. Firmé un contrato de larga duración para ser militar hasta los 45 años, a partir de ahí me voy del ejército y puedo trabajar de lo que quiera. Solo me plantearía seguir, si hubiese una base en Galicia, pero no la hay.

—¿Y que plan tiene para entonces?

—Me gustaría montar una vinoteca en Ourense, porque me encanta el vino que se hace en la provincia, pero no lo tengo claro. Hace unos años que decidí dejar de hacer planes porque la mayoría de veces no salen. Quiero disfrutar de tener a los míos cerca y hartarme a viajar, que es algo que me encanta.

—¿Cómo gestiona el miedo?

—Creo que el miedo no arregla nada. Lo que tenga que venir, va a venir. Pero evidentemente lo experimentas. Recuerdo la primera vez que escuché un misil en una misión en Afganistán, pero diría que no es precisamente miedo lo que sientes, es algo así como una reacción anterior, más bien. Yo no soy valiente, soy algo cagona, pero estamos entrenados y en esos momentos sabes que has de seguir el guion de emergencia que tienes tan ensayado. Nuestra cabeza actúa y ya. Lo mismo que cuando me ha fallado el paracaídas, no puedo perder tiempo con el miedo, tengo que emplearlo en aplicar una solución, sino, si que me puedo despedir.

—¿Debería saltar en paracaídas?

—Por supuesto, yo ahora lo hago ya solo por placer y pagando. Pero con el ejército habré realizado unos quinientos saltos. Creo que es una sensación que solo puedes explicar si la vives.

Quién soy. «Ante todo soy una ourensana tremendamente orgullosa de mi familia, de mi ciudad natal y por supuesto de mi trabajo. Siempre estoy dispuesta a descubrir cosas nuevas y la aventura me llama todo el rato. Tengo muy arraigado el compromiso hacia los demás. Soy fiel, leal y muy sincera, tanto que a veces puede molestar. Y creo que, alguna vez, incluso he llegado a ser valiente».