Inteligencia o estupidez artificial era el título de la charla que di hace unas semanas en el bar El Pueblo. Tal evento, no tan común en Ourense, se enmarcó en la iniciativa «G-Night conciencias creativas», la noche europea de las personas investigadoras, coordinado por la Universidade de Vigo. Entonces, la pregunta a los seres inteligentes es: ¿Qué falta en la frase «Inteligencia o estupidez artificial»? Puesta la pregunta en un buscador en la Red, salen cuatro respuestas: un juego para la PS2, y tres páginas dudosas (¡ojo, con una te pescas un virus!); pues nada de «inteligente». Y eso no es el único problema: los humanos no hemos acordado todavía una definición algo precisa de que es la «inteligencia». Quizá una interesante es la de Wissner-Gross: «Inteligencia es una fuerza que actúa para maximizar la libertad de las acciones en un futuro cercano». Es decir, la inteligencia no quiere estar atrapada. Todos hemos pasado los famosos test de inteligencia: 1, 1, 1, 1... ¿que sigue?, claro el 1; y después de 1, 2, 3, 4... pues será 5; y después de 2, 4, 6, 8... todos decimos 10, y después de 3, 1, 4, 1... (¿os suena al número pi?) seguirá la cifra 5.
Pero qué tal la anécdota de una niña que después de una breve reflexión, contestó todo el test de varias hojas en un minuto. El profe, comprobando con la plantilla, detectó la primera respuesta como correcta, pero en el resto... pues ningún acierto. Será una niña no muy prodigia. Pero ¿quién de la clase se convirtió en Premio Nobel? ¡La pequeña con el test supuestamente fracasado! Contestó todas las secuencias con 1, es decir, ha encontrado una regla para todas las secuencias posibles: siempre 1. Sencillo, inteligente, ¿no?
Retornamos a la inteligencia artificial, o la inteligencia de las máquinas, o a los algoritmos inteligentes. Ya hace años que los ordenadores nos ganan en los juegos, o sea en ajedrez o sea en Go. Y tampoco están mal con el aprendizaje de juegos arcade. En el 2015 alcanzaron 75 % de los puntos de un jugador humano en el 50 % de los videojuegos. Otro ejemplo de su potencial se refleja recientemente en el gran salto realizado en la bioinformática: predecir como la cadena de aminoácidos que forma una proteína se pliega en su estructura tridimensional. Es un poquito como llevar la clara cocida de un huevo (las cadenas de las proteínas desplegadas y enredadas) de nuevo a su estado líquido (las cadenas de las proteínas bien plegadas en sus estructuras 3D solubles en agua). AlphaFold calcula para un 50 % de las proteínas humanas, el 75 % de su estructura 3D. Para estos dos ejemplos de la aplicación de algoritmos inteligentes, la meta estaba clara: o bien ganar, o bien reproducir lo que se ha medido con Rayos X.
Pero hay otros campos que usan la inteligencia artificial con unos objetivos no tan claros: ¿La asignación de un crédito bancario debe favorecer el banco, al consumidor, o a la economía del país? Si varias empresas petroleras determinan los precios para la semana que viene con los mismos algoritmos... ¿se trata de un cártel ilícito? Si un coche autónomo provoca un accidente, ¿quién, al final, es el responsable civil? ¿El propietario? ¿El vendedor? ¿El programador?
Ya vimos los fraudes en la industria automotriz en diferentes empresas... ¡Todavía no están resueltos judicialmente! Quizá, al final, todos tenemos una parte de la responsabilidad. Bienvenido será el Grado en Inteligencia Artificial para comenzar en el curso 2022/23 en Ourense. Regresemos a la pregunta inicial: ¿qué falta en la frase? Pues claro: una palabra con «u»: inteligencia útil o estupidez artificial.
Arno Formella es ingeniero informático y profesor en el Campus de Ourense