La sinfonía plástica de Javier Varela Guillot se exhibe en el Espacio de Arte Roberto Verino
02 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.«Los pescadores saben que el mar es peligroso y la tormenta, terrible. Pero eso no les impide hacerse a la mar», decía Vincent Van Gogh. El Espacio de Arte Roberto Verino presenta la exposición de carácter retrospectivo, Marinas, del autor vigués Javier Varela Guillot (Vigo, 1933-Oleiros, 2018). En su abuelo, Alberto Guillot Lapino, artista y cartelista de origen francés, encontró su referente plástico más inmediato. Este artista y músico, halló en el lenguaje de la acuarela el medio de expresión de su discurso.
A través de la pincelada suelta, deshilachada de nubes y acuosas formas, seduce en las luces y tensa en las concreciones abigarradas de energía que se traducen en manchas de una policromía melódica originando un paisaje sonoro, la partitura plástica de una tempestad surgida de esa masa en movimiento del ritmo ondulante de las olas en su crujir trágico de espumas, próximo al trance de la ensoñación y a la fantasía como la composición de Debussy.
Marinas que son siempre la misma melodía, permanentemente cambiante. Música de las profundidades de una caja de Pandora enterrada en el vientre del océano, acunado por cantos de sirena, rumor de caracolas, temporales y naufragios en aguas mansas y revueltas con infinidad de secretos y afinaciones. Javier Varela Guillot está considerado uno de los mejores acuarelistas gallegos por la limpieza, personalidad, carácter y dominio que demostraba de esta técnica.
Varela Guillot investiga un luminismo experimental acrisolado en el paisaje con esa luz expresiva como humanista de Sorolla, una limpieza radical de los vacíos atmosféricos en los blancos reservados y fundidos con los barridos multicromáticos de la mancha tintineante en la vibración cambiante de brillos nacarados y composiciones equilibradas.
Una pincelada más apasionante que impresionista, emocional y temperamental, así como un conocimiento total del oficio, manteniendo la crisoluminiscente polisemia postimpresionista en un todo fotocromático con una visión globalizadora que se acentúa con la sensación de atmósfera en las obras. La temperatura de color se equilibra en el vértice de lo frío con lo cálido como una imagen congelada de la memoria, el recuerdo de aquel verano atravesado de rayos de sol. Marinas plenair, encajadas con el esqueleto de grafito del dibujo previo y otras marinas de estudio, imagen de la memoria con los vórtices mellados del recuerdo vitalista y el esfumado vaporoso de la ensoñación, amplios matices subjetivos y afectivos que desplazan a la imaginación el recuerdo del paisaje, del instante, resituando la imagen en un contexto atemporal e impreciso que revitaliza la mancha de Monet y el instante de Frederick Judd y Childe Hassan con celajes abigarrados más concretos que los de Turner y menos acuosos que los de Costable, aunque desde la vanguardia, con cierta tensión Romántica.
Trabajo impecable de reflejos, que remite a los Barcos en el agua de Egon Schiele que distorsiona con el espejo deformante del expresionismo el latido del paisaje en el gesto interrumpido de la pincelada rota, traspasando la figuración para captar el aire, la impresión de lo efímero, bruma marina de los recuerdos aterciopelados y blandos como nubes de algodón y tensos como descarnados tendones, tirantes que aferran los barcos a la orilla encallada del puerto, vapores y trazos rápidos que se transforman en apuntes breves de intensidad expresiva y una descomposición precursora de lo abstracto con una descomposición de las formas en volúmenes geométricos, armonías abocetadas, sugeridas.
La exaltación del paisaje marino se manifiesta en el contraste de las tachas densas y el sentido arquitectónico de las composiciones sólidas y la aparente ingravidez del conjunto, las audacias cromáticas de las aguas en movimiento como desraizando la pincelada múltiple y abierta como espuma de luz en tránsito y trepidación de destellos. Solo agua y aire en superficie, al eliminar la piel de la sombra, hierve el optimismo en un proceso de abstracción que deriva del volumen expandido como fluido al traspasar la materia. A través de 12 magníficas acuarelas que evidencian su maestría, se observa una serie de consideraciones que desplazan el purismo de la técnica al campo de lo expresivo, es un paisaje vívido y vivido, latente y emocional, triunfante y a la vez construido con rigor y simetría en el perfecto equilibrio con el que racionaliza la imagen a través de conceptos como el del volumen entendido como estructura vertebradora, una caligrafía propia que denota la mirada y una sensibilidad única.