Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE

PILI PROL

16 jul 2019 . Actualizado a las 19:47 h.

La primera vez que me enamoré fue en realidad la segunda. Antes de ti jugaba a fantasear con la idea de casarme con Jeanette Rodríguez, protagonista de la telenovela Cristal.

Deseos incomprensibles de infancia desordenada.

Y fue entonces, aquel otoño en que la programación se tomó un descanso del culebrón infinito, que te conocí.

No voy a decir tu nombre. Me atemoriza pensar en la posibilidad de que no recuerdes el mío, o mi cara, aunque ahora soy mucho más feo y ya no me brillan tanto los ojos como tú siempre decías.

El primer recuerdo que tengo de ti es verte discutir con tu madre y su manía de levantarte agarrando por detrás de las rodillas para que hicieses pis. Allí, frente a nuestro colegio. Entre los coches aparcados, donde ahora vigila Castelao.

Nuestro colegio era un edificio viejo, se llamaba Santa María Goretti. Estaba situado en el medio de esa zona donde todos los yonquis deambulaban en busca de una dosis, o de un bolso despistado, aunque tú y yo nunca les tuvimos miedo. Solíamos defendernos amenazándoles con bolígrafos mordidos, ingenuas armas salvadoras de valentía intrépida. Después corríamos a escondernos en el Bar Novo entre boletos de quinielas y golpes sordos de partida de cartas. Los días más peligrosos me llevabas de la mano a la carnicería de enfrente. «Con todos esos

cuchillos estaremos a salvo», decías como si estuvieses segura de la solución, pero yo iría a cualquier sitio donde tu mano me llevase.

Nunca les hablé de ti a mis padres. A nadie en realidad. Es por eso que evitaba tu mirada siempre que mi madre me dejaba en la puerta del colegio. Tú nunca lo entendiste y yo jamás te lo expliqué.

No eran necesarias muchas palabras entre nosotros, lo nuestro era como el amor adulto, cuando el sexo y la pasión se acaban, cuando todo se convierte en lealtad y en compartir los bocadillos de nocilla si al otro le ponían salchichón.

Creo que llegué a quererte, de verdad quiero decir, aunque quererte fue quizás un acto de defensa propia. Para no querer a nadie más. Pero te quise a pesar de que aspirases los mocos en invierno y te comieses la barra de pan que me habían encargado de camino a casa.

Te quise a pesar de que robabas las sobras de los pinchos que quedaban en las mesas del Madonna, a pesar de tu insistente manía por abrazarme más fuerte de lo que me abrazaba mi abuela.

Pero apenas sabíamos leer.

Al terminar aquel curso, el primero de nuestra vida, nos enviaron a colegios distintos. El nuestro se caía senil por todas las esquinas, nadie salía al balcón trasero y mucho menos saltaba sobre las maderas consumidas del suelo del hall.

Y nunca más supe de ti.

Mi colegio nuevo estaba una calle más allá, me decidí a sobrevivir sin ti convencido de que tú serías feliz sin mí.

Te vi, sin embargo, hace poco. Treinta años después. Me miraste como si en cualquier momento pudiésemos estar juntos de nuevo. Aunque quizás no fueses tú.

Ya no ponen Cristal en televisión, ya no existe nuestro colegio.