Este viernes se representa en el Teatro Principal de la ciudad, Señora de rojo sobre fondo gris. Una de las obras más intimistas de Miguel Delibes, de las pocas en las que se toma la libertad de hablar de su propia vida, y no solo eso, si no que además lo hace para hablar del que fue, con total seguridad, su episodio más negro: la repentina y letal enfermedad de su mujer, su verdadero amor. Delibes era sobrecogedor en todos los aspectos del lenguaje, tenía una capacidad única para ahondar en el sentir humano y eso lo sabe bien José Sacristán, quien será el encargado de darle vida a los textos. Pero se ve que no solo lo sabe Sacristán, si no un gran porcentaje de ourensanos. Las entradas buenas se agotaron hace meses y el sold out se colgó hace tres semanas. Esto, para mí, indica dos cosas: que el afán y el consumo cultural de la ciudad tiene una salud intachable; y que los encargados de situar los espectáculos en las instalaciones con las que cuenta la ciudad, resbalan un poquito en sus previsiones. El Auditorio de Ourense tiene en torno a 900 plazas de aforo en su sala principal, mientras que el teatro cuenta con menos de 400 butacas y, a pesar de que este último es uno de mis edificios favoritos de la ciudad, he de decir que no todo vale. Me da igual que fuerza política o que institución se encargue de dirigir y gestionar cada uno de ellos, esto no es cuestión de competencias o de atribuirse méritos. Aquí no gana nadie, solo hay quien pierda: las decenas de ourensanos que se quedarán sin sentir a Sacristán, a Delibes y al desgarrador dolor de perder a alguien amado.