Los ourensanos medimos los años en entroidos. Ni el nacimiento de Jesucristo redentor ni las doce uvas con sus campanadas correspondientes nos sitúan ante el desafío de otros 365 días como lo hace el final del carnaval. Nada es más trascendental que volver a casa por estas fechas si se ha tenido que emigrar. Si se está estudiando fuera. Y el drama es real si hay algo que lo impide.
Todo esto le explicaba yo, cerveza autóctona en mano, a un australiano el año pasado mientras bajaba La Morena de Cimadevila, con la lágrima en el ojo casi asomando.
A mí me llevó a Laza el trabajo y a él un documental de la BBC. El periodismo al final parece que lo pone todo en su sitio.
«I can’t belive it!», me repetía riéndose con cierta histeria y emoción, mientras fingía que me prestaba atención, sin perder de vista el tumulto de gente que venía hacia el muro en el que estábamos sentados. «What amazing!», decía con los ojos y la boca fuera de órbita.
Como mi inglés es el que es y su español era el de una canción de Chayanne, no estoy segura de haberle entendido bien, pero juraría que me estaba contando algo así como que venía al entroido a probar emociones fuertes cuando nos interrumpió un señor, de unos cincuenta años, cigarro en boca:
-¿Mechero?
-¡Gracias!¡Yo también te quiero! Pero ahora es momento de las hormigas, no nuestro- le espetó con acento guiri y sonrisa de complicidad.
Emociones fuertes no sé si se llevó al otro lado mundo del entroido ourensano. Pero generar las generó.