La vecina de los cañones del Sil

CRISTÓBAL RAMÍREZ REDACCIÓN / LA VOZ

OURENSE

Santi M. Amil

Casa da Eira cuenta con dos apartamentos completos y cinco habitaciones

31 oct 2018 . Actualizado a las 16:23 h.

Es un patrón que se repite por Galicia adelante, por desgracia: una aldea de maravillosas casas tradicionales casi todas abandonadas, alguna de reciente construcción salpicada aquí y allá, ladrillo a la vista -no mucho, pero siempre resulta agresivo a la retina-, silencio, mucho silencio, y cables, muchos cables, sobre la cabeza. Una auténtica maraña. Adolfo está de acuerdo en esto último y asegura que unos días atrás contó de manera detallada cuántos partían de uno de los postes y se quedó hasta asombrado.

Esto es Casa da Eira, municipio ourensano de Nogueira de Ramuín, con los cañones del Sil no a la vista en lontananza sino ahí mismo, y si no es posible admirarlos en todo su esplendor es tan solo porque un tejado parte la imagen. Situación geográfica, pues, excepcional de un establecimiento que ya desde el momento en que se deja atrás el sufrimiento de pasar por un callejón en verdad muy estrecho (si alguien lleva un coche ancho la recomendación, encarecida, es que recoja el espejo retrovisor), aparece impecable, acogedora y ejemplar para quienes estén pensando en rehabilitar una vivienda tradicional rural.

De ese edificio emana belleza y equilibro y, tras asegurar que él pasaba tranquilamente con un Range Rover, Adolfo intenta buscar el lado positivo de la estrechez del acceso haciendo de la necesidad virtud: «Así hay que entrar despacio, que puede haber niños». Y en eso, claro, nadie le negará que tiene toda la razón del mundo.

El hombre está en estos momentos exactos solo. Su mujer (de origen alemán) y sus hijas se encuentran en Allariz por razones familiares. Él tiene que disponer de algo más de tres cuartos de hora para desplazarse de un sitio a otro. Pero aunque duerma en Allariz no ahorra elogio tras elogio al paisaje y a la oferta turística de la zona de los cañones del Sil. De lo primero algo sabe, porque profesionalmente trabajó como paisajista por toda Galicia y con base en su Ourense natal.

Y un buen día dio un cambio de 180 grados a su vida: él y su mujer vieron lo que hoy en Casa de Eira, entonces una ruina total («con decirte que aquí dentro había crecido un sabugueiro...»). Se enamoraron de aquellas piedras graníticas faltas de mimo y cuidados, rehabilitaron todo -algo más de doce meses de intenso trabajo, como muestran unas fotos colocadas en una de las paredes- y hace 19 años abrieron las puertas al público. Conclusión: Adolfo es, en cierta medida, un veterano en mil guerras del turismo rural gallego.

Para ser exactos, y como Casa da Eira la conforma en realidad un pequeño conjunto de dos edificios unidos dando lugar a uno muy alargado, esa apertura inicial al público se refiere al bloque de la derecha, el más grande y que data de cuando comenzaba el siglo XX. El de la izquierda, realmente más pequeño ya a simple vista, se inauguró casi un lustro después. Sin embargo, es más viejo que su compañero, si bien Adolfo ignora fechas exactas de construcción. Mera tradición oral. Algunos detalles llaman la atención. El cariño por las flores, por ejemplo, que queda bien claro en las numerosas jardineras aquí y allá, con cestos colgantes al estilo de los que se encuentran en todas las villas del norte de Europa (¿influencia germana, en este caso?). Tampoco pasa desapercibido un cartel en alemán donde destaca la palabra kaffee, y que tiene su explicación. «Nuestra manera de contribuir a una sociedad más justa es justamente esa, lo que dice el cartel». ¿Y qué dice el cartel?. «Que todo el café que consumimos aquí es de comercio justo».

Otro detalle más es la huerta, pequeña y sencilla pero que da frutos de los que se hace la mermelada de los desayunos, y un texto colocado en otra pared invita a los huéspedes a conocerla.

Los dos apartamentos de la Casa da Eira resultan idóneos cuando se viaja con niños o bien para dos parejas. Curiosamente, las dos camas en cada uno de ellos son de matrimonio, lo cual hace pensar que son muchas más las parejas que viajan juntas que las que lo hacen con los chicos.

El punto de encuentro es el jardín de atrás, cubierto en parte, muy escondido del resto de la aldea y cerrado, de tal manera que quienes viajen con menores tienen la seguridad de que no van a desaparecer por el monte adelante. Por mucho que los cañones del Sil sean un auténtico imán para los viajeros.