«Fui feliz con mi profesión y mi afición, aunque el COB me dio más disgustos»

Fina Ulloa
fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Álvaro Vaquero

María Ángeles Vázquez cree que la Sanidad está perdiendo «la capacidad de mirar a la gente a la cara»

06 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Bastan diez minutos de conversación para caer en la cuenta de que María Ángeles Vázquez es un torbellino que derrocha pasión en todo lo que hace. Gelucha, como la llaman sus compañeros de trabajo en el CHUO, tiene tantas anécdotas vitales acumuladas que es imposible evadir su narración de mil detalles curiosos. Algunos dolorosos, incluso tristes; otros, los más, positivos. Porque si algo le sobra es positivismo. Incluso cuando habla del melanoma que le afecta en uno de sus ojos, lo hace en tono optimista.

Su familia es el pilar fundamental de una mujer que, cuenta, ha disfrutado con una profesión a la que, sin embargo, tampoco tiene empacho en reconocer que no llegó por vocación. «Jamás pensé quiero ser enfermera hasta que ya estaba estudiando en la escuela del Hospital Provincial; pero la verdad es que tengo que agradecerles infinito a mis padres que se empeñaran en ello y se sacrificaran para que yo estudiase, porque de aquella un ferroviario como mi padre ganaba 8.000 pesetas», aclarara recordando que su primera nómina fue de 18.000.

Gelucha no tiene reparos en confesar que «era un desastre en los estudios; fui muy mala estudiante y repetí curso; yo pasaba de todo». Hasta que tuvo contacto con el mundo laboral. Primero estuvo en una zapatería del barrio de A Ponte, con tan solo 14 años; y después en un estanco. «En cuanto vi lo duro que era, me agarré a los libros; por la mañana curraba y venía al Jardín por el turno nocturno y terminé el bachillerato», recuerda.

Tras la primera etapa en el Hospital Provincial, Ángeles pasó al Nai. «Era nuevecito, lo estrené y casi, casi, lo cierro», comenta entre risas esta enfermera que aún recuerda que en sus inicios «aún esterilizábamos las jeringuillas, que eran de cristal, hirviéndolas». El avance en materiales y técnicas no son los únicos cambios que ha vivido esta enfermera en su larga trayectoria profesional que le llevó a la dirección de Enfermería, por oposición, en el año 1988. «La tecnología es buena, yo no digo que no. Eso de que en tu historia esté ahí para que vayas a cualquier sitio de Galicia la vean, es una buena cosa. Pero para eso también es verdad que nos come mucho tiempo en el día a día, porque hay que anotarlo todo», señala. Dice que nunca le gustó el despacho. «Yo me pasaba la vida por las plantas porque a mí lo que me gustaba era estar con la gente, con las compañeras y con los pacientes», recuerda. Una faceta que, lamenta «se está perdiendo; cada vez se mira menos a la gente a la cara y yo creo que, aunque tengamos poco tiempo porque hay que hacer también el trabajo del ordenador, cuando estamos atendiendo a las personas hay que pararse».

A pesar de que no todo fue color de rosa, Ángeles asegura que fue feliz en su profesión «gracias a todo el personal, que éramos más que compañeros, familia».

También lo fue como aficionada al baloncesto, deporte que ella mismo practicó en un equipo de compañeras en el que jugaba como alero a pesar de su metro sesenta. Pero, pasional como es, tampoco fue en su afición una aficionada más. Se vinculó estrechamente al equipo de baloncesto de la ciudad, fue socia fundadora del COB y, cuentan, que ejerció de segunda madre de muchos jugadores americanos que pasaron por sus filas. Aún hoy sigue puntualmente informada de la vida de muchos de ellos con los que se escribe con regularidad. «Fui feliz con mi profesión y con mi afición, aunque el COB me dio más disgustos que la enfermería», confiesa esta seguidora que se ha recorrido prácticamente todas las canchas españolas para animar al equipo «y muchas palizas de conducir».

Contagió su afición a sus hijos, aunque las chicas abandonaron pronto. El varón, sin embargo, logró entrar en la selección gallega y fue campeón de España. Ángeles recibió llamadas del Real Madrid y del Estudiantes para llevárselo. «Se ofrecían incluso a encargarse de sus estudios, pero él no quiso y yo tampoco insistí. Yo creo que no se puede forzar a nadie si algo no sale de dentro», afirma.

«Llevé a mis hijos al Sáhara porque quería que vieran la otra realidad»

Como todas las abuelas, Gelucha presume de nietos; pero aún más de hijos. Se deshace en piropos y halagos para los tres. «La verdad es que no puedo tener queja de ninguno», dice. También está satisfecha de su faceta de madre de acogida para una niña saharaui que llegó para pasar el verano dentro del programa Vacaciones en Paz y «se ha convertido en parte de la familia», explica. La pequeña llegó con un problema de corazón «y me empeñé en tener el permiso de los padres para que pudieran operarla». Lo consiguió y eso hizo que Adala, que es como se llama, extendiera su estancia con la familia más allá del verano. Luego regresó durante varios años, la relación se estrechó y Ángeles viajó también a los campamentos de refugiados para conocer a sus padres. En uno de esos viajes se empeñó en llevar a sus hijos «porque quería que vieran la otra realidad», explica. Ángeles dice que no se arrepiente porque cree que la experiencia les sirvió «para apreciar más lo que tienen».