De la felicitación pública al olvido

p. s. OURENSE / LA VOZ

OURENSE

Miguel Villar

Ni las acusaciones ni la defensa proponen como testigos a los dos policías locales que detuvieron y esposaron al acusado por el crimen del farmacéutico en el 2013

19 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El juicio por el crimen del farmacéutico Tomás Milia, perpetrado el 4 de octubre del 2013, está un poco más cerca, aunque la fecha aún no está fijada. Acusaciones y defensas han formalizado sus escritos de conclusiones, con la correspondiente proposición de testigos y peritos, entre los que no aparecen los dos agentes de la Policía Local que aquella noche habían tenido una intervención entonces valorada como relevante, lo cual había conducido a que el entonces alcalde, Agustín Fernández Gallego, se hubiera trasladado a las dependencias policiales de A Ponte para felicitar tanto a los dos agentes que directamente habían intervenido como a todo el equipo de servicio durante aquella tensa noche.

La intervención determinante para la detención del único sospechoso de la muerte de Tomás Milia se produjo poco antes de las seis de la madrugada del sábado, día 5. Entonces nada se sabía del crimen. Las fuerzas de seguridad buscaban a un joven que horas antes había escapado en su Seat cuando una patrulla de la policía nacional trataba de revisar su coche. El vehículo había sido localizado, pero el conductor permanecía desaparecido. Tenían su descripción todos los agentes de servicio aquella noche, por lo que, cuando un agente de la policía local observó los signos de nerviosismo que mostraba una persona que acababa de salir del número 4 de la calle Curros Enríquez y daba la vuelta hacia el parque de San Lázaro, huyendo al percatarse del coche oficial rotulado, los policías locales entraron en dirección prohibida tras él. Vieron cómo le caía algo, mientras el sospechoso corría por la calle Xaquín Lorenzo con una bolsa al hombro. En cuestión de segundos, dio la vuelta y regresó hacia ellos, al ver la proximidad de otro vehículo oficial, en ese caso de la policía nacional.

Lo frenaron con una maniobra al estilo rugbi, placado contra la cristalera del número 1 del edificio de Xaquín Lorenzo por uno de los agentes municipales, con el riesgo indeterminado e inesperado que suponían los cuchillos que el sospechoso llevaba en la bolsa. Le colocaron las esposas. Llegaron al momento sus compañeros de la policía nacional. Empezó entonces a asomar humo desde el edificio. El relato de hechos que la acusación mantiene dice que en su segunda visita a la vivienda trasladó el cadáver a la bañera y provocó un incendio. Arrestado por la fuga e intento de arrollar a un policía horas antes, el detenido fue trasladado a comisaría por una dotación del CNP, mientras los policías locales se quedaban en el lugar ante la perspectiva de un incendio en el edificio, la eventual necesidad de desalojar viviendas y reordenar el tráfico. Al día siguiente los felicitó el alcalde. Nadie los ha propuesto, sin embargo, como testigos. Únicamente en el escrito de acusación del fiscal se hace referencia a la colaboración prestada por esos funcionarios municipales.

Las llaves

Tuvieron estos mismos agentes, según en su momento se había dicho con la fuerza de la inmediatez, una segunda intervención a la que entonces se concedió relevancia. Uno de los vecinos que ya estaba en la calle encontró en el suelo unas llaves, que eran, supuestamente, las que le habían caído o había tirado el sospechoso en su huida. Se había percatado de ese hecho uno de los policías locales que había iniciado la persecución en el tramo de Curros Enríquez entre avenida de La Habana y Xaquín Lorenzo, entre la tienda de Adolfo Domínguez y la oficina del Banco Pastor, conduciendo en dirección prohibida. Se hizo cargo este funcionario municipal de las llaves, recibidas de manos del residente del edificio que las había encontrado en aquellos instantes de desorientación e incertidumbre, cuando solo se conocía la detención de una persona y la realidad del incendio. Faltaba el muerto.

El cadáver fue hallado por los bomberos en un segundo repaso antes de irse

Cuando el joven rumano Alexandru M. L. llegó a las dependencias policiales, los bomberos empezaban a trabajar en la extinción del fuego dentro de piso. Al descubrimiento del cadáver aún le quedaba una hora. Trabajaron rápido para controlar el fuego. Las llamas se limitaban prácticamente a una habitación. Apagaron y abrieron las ventanas para airear la vivienda. No hallaron nada sospechoso en un primer repaso de las dependencias de la vivienda. Una vecina decía en la calle que horas antes había escuchado llamadas de socorro. Se iban los bomberos, pero la insistencia de la policía para que dieran otra vuelta, todo lo meticuloso que fuera posible, hizo que volvieran sobre sus pasos. En el interior de la bañera apareció entonces el cadáver, con signos inequívocos de una muerte violenta. Entre los cuchillos, las entradas y salidas de la vivienda, y las llaves, atando cabos pasó a ser Alexandru sospechoso de algo más que una mera fuga. Hizo luego una confesión que ahora niega, o matiza, su abogado. La policía, sin embargo, ya tenía un sospechoso claro del homicidio, según se desprende de la comparecencia formal fechada a la nueve y nueve minutos de la mañana. El acusado se enfrenta ahora a peticiones de cárcel que suman hasta 49 años y medio en la alternativa más dura contra él.