Russell, la celulosa y un Morris rojo

mar gil OURENSE / LA VOZ

OURENSE

miguel villar

07 jul 2014 . Actualizado a las 07:40 h.

José Ignacio Vidal se sienta, con tranquilidad y media sonrisa, en uno de los taburetes del remozado laboratorio de Ciencias de su viejo instituto Masculino. Poco que ver con aquellas vetustas instalaciones en las que Auristela García diseccionaba gusanos y ordenaba colecciones de mariposas. Poco más -y nada menos- que la memoria adormilada de los miles de chicos que habitaron antes, con y después de él aquellas aulas. Pese a la bruma, el gerente del centro sanitario Cosaga mira aún hacia la ventana, esperando la aparición del coqueto Morris rojo en el que llegaba cada día la profesora de Ciencias.

En el instituto pontino que hoy rinde homenaje a Eduardo Blanco Amor José Ignacio Vidal se hizo mayor. Como todos. Solo que a él le sucedió de golpe: «El primer día que entré al instituto, con 10 años, el profesor de Religión, Camilo Andrade, nos colocó en la escalera a todos los de primero y se hizo una foto con nosotros. El día anterior yo estaba en la playa y, de repente, a las 9 de la mañana, aquella foto me hizo mayor de golpe».

El otro gran paso a la edad adulta le ayudó a darlo la profesora de Historia, Ángeles Castro: «Se lo recordé hace poco. El primer libro que nos recomendó fue Crímenes de guerra, de Bertrand Russell, un libro tremendo para aquella edad. Fue el primer libro que recuerdo de adulto».

José Ignacio (Compostela, 1958) revive esos latigazos de la memoria junto a Auristela García, una asturiana-berciana-ourensana apasionada por la enseñanza. Se jubiló a los 70 aunque «yo no quería pasar a la reserva. Era como los del teatro: quería morir en el tajo. En realidad, yo no iba para ser enseñante pero, una vez que me metí, me atrapó; era donde mejor me lo pasaba. Cuando estás dando clase sólo ves caras jóvenes y sientes que tú también eres joven».

José Ignacio era uno de esos jóvenes que recibieron y dejaron poso de su paso por el Blanco Amor. Auristela lo visualiza con «la misma cara que ahora, pero con 16 años; era guapín, muy tranquilo y serio, buena persona. Era más bien calladito; buen estudiante». El único suspenso, recuerda Vidal, le llegó del anfitrión de aquella foto del primer día: «Religión fue la única asignatura que suspendí, en primero. Ese verano, una tía mía me leía el catecismo cada día; yo no lo leí nunca».

Contra la celulosa

Fue, tal vez, un toque de rebeldía en un centro donde la sociedad estaba bien viva pese a que, ironiza José Ignacio, «Franco aún estaba al aparato». «En el instituto había alumnos de todo tipo social y con los profesores podías hablar de manera normal, de tú, podías pedirles un cigarrillo... Un año se incorporó un grupo de alumnos de Maristas y comentaban la diferencia social y del sistema educativo».

Algunos de aquellos profesores sorprendieron la placidez juvenil del Vidal de la transición descubriéndose como activistas de la izquierda y en su memoria brotan ahora momentos simbólicos, como la lucha social contra la instalación de una fábrica de celulosa: «Criado fue aula por aula diciendo que podíamos ir a la manifestación; aquí no quedó ni una rata, fuimos todos, ¡y hasta fuimos a Maristas, que no los dejaban salir!».

Auristela suma al recuerdo la estancia como profesor de Francisco Rodríguez, el líder de la UPG, «que revolucionó el instituto; se empezó a hablar gallego y tenía a los chicos embobados».

Para José Ignacio, «lo más interesante de esa época del instituto fue la manera de relacionarse con las personas, me ayudó mucho después en mi trabajo».

josé ignacio vidal y auristela garcía