La primera vez que oí el término chapapote surgió del eco profundo de un negro lamento, tan intenso, que su color y su olor pero también su canción, perdura como el rugido de esas olas que golpean las rocas, intentando tragarse la vida de alguna que otra persona que, ensimismado en su candor, sucumbe a la furia de esos dos elementos: oxígeno e hidrógeno, unidos, suficientemente, para recordarnos de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. El chapapote según el wiki , es una corrupción acriollada del náhuatl chapopotli, dios de los senderos, pero, también, engrudo y perfume, que degenera en el petróleo o aceite mineral soltado por los barcos hacia las costas, produciendo catástrofes como la del tristemente y nunca máis olvidado Prestige.
Una vez que la fuerza de la naturaleza, ayudada por la pasión de los hombres, hizo posible la regeneración de la vida que equilibra el territorio, parece que por error u omisión, el trabajo realizado por los expertos, tras la catástrofe, ha sido truncado gracias a no se sabe qué decisión, quizá para salvar los chapapotes producidos en ese mar de Madrid que nos invade a todos.