La inteligencia artificial (IA) suscita tanto esperanzas de futuro como expectativas de transformación. En los últimos tiempos ha seducido a inversores y abducido a gobernantes. Sus discursos están llenos de optimismo basado en la rápida recuperación de sus inversiones y amparado en los beneficios que esperan alcanzar. Todo lo que la rodea es exuberancia y adornado por un nuevo modo de gobernar por datos.
No obstante, se empieza a hablar de que todo ello encaja con los síntomas de una burbuja económica. La razón estriba en que, todavía, las empresas que protagonizan dicha revolución no han encontrado la manera de ganar mucho dinero; aunque el valor en bolsa de las diez primeras empresas del sector haya aumentado más de un billón de dólares en los últimos doce meses. Se advierten tres tendencias novedosas. La primera hace mención a que los fabricantes de chips han invertido en empresas de IA, mediante préstamos, para que les sigan comprando sus propios chips; esto es, son operaciones cruzadas que hinchan el balance de las empresas. La segunda es que todos buscan financiación barata para construir los centros de datos, puesto que se sabe que se tardarán años en rentabilizar dichas inversiones por lo costosas que son y por los altos requerimientos que exigen. La tercera nota es que se empieza a notar una elevada dosis de nerviosismo en lo tocante a las valoraciones de las empresas, hasta el punto que el FMI acaba de pedir a los gobiernos que estén alerta para evitar correcciones desordenadas en los mercados financieros.
Se teme la consolidación de una burbuja, después del crecimiento exponencial registrado. Las ventas de OpenAI han pasado de 1.600 millones de dólares en el 2023 a 12.700 millones en el 2025. Mientras, las de Nvidia pasan de 26,7 billones de dólares en el 2023 a 130 billones este año. En cuanto a sus valoraciones, alcanzan 750.000 millones de dólares para OpenAI y 5 billones para Nvidia. Sin embargo, el Financial Times recuerda que diez grandes start-up de IA cierran los balances con pérdidas y requieren que el capital riesgo desembolse más dinero para mantener sus expectativas. Así, OpenAI arrastra pérdidas de 5.000 millones de dólares en el 2024 y no espera alcanzar beneficios hasta el 2029. Muy pocas empresas esperan obtener beneficios a corto plazo y se advierte una financiación transversal de vendedores, como los recientes acuerdos de OpenAI con Nvidia, Oracle, AMD y Broadcom. Ello se traduce en un beneficio para los que venden herramientas (unidades de procesamiento, generadores eléctricos o sistemas de aire acondicionado) más que para las propias empresas de IA.
Podríamos decir que la dinámica sigue el siguiente curso. Como nadie quiere perder la expansión del negocio, todos invierten como si no hubiera un mañana, sin importar el precio que se paga. La idea es no perder la trayectoria y la senda de sus rivales, significando que la oferta llama a más oferta. Entramos en un ciclo-capex, en el que la demanda es mayor que la oferta, lo que incentiva a añadir capacidad. En el momento en que la oferta sea muy amplia, mucho mayor que la demanda, el impacto del coste final será muy elevado. En ese caso emerge una burbuja que, al pincharse, contagia a toda la economía. Y, consiguientemente, no resultaría fácil evaluar la intensidad del pinchazo y cuánto dinero se volatilizaría.
Este patrón de comportamiento es muy parecido a la espiral entre bancos y aseguradoras que desembocó en la crisis del 2008. O sea, una alta concentración de riesgos imprevistos y un posterior contagio cuando estalla la burbuja. De ahí que Jeff Bezos (Amazon) llamara la atención sobre la exuberancia excesiva que manifiesta la IA. Por ejemplo, Meta (Facebook, Instagram y WhatsApp) ganó 2.709 millones de dólares en el tercer trimestre, un 83 % menos que en el año anterior, previendo colocar bonos por valor de 25.000 millones de dólares para contribuir a financiar el creciente gasto de inversión en IA. Otros empresarios razonan que existe una diferencia sustancial entre una burbuja industrial y una financiera. Lo cierto es que las siete magníficas (Nvidia, Microsoft, Google, Amazon, Meta, Apple y Tesla) suponen parte de la valoración del índice Nasdaq y más del 30 % del S&P500. Es decir, sus valoraciones suben más que las perspectivas de sus beneficios. Lo sintomático es que el empresario Warren Buffett se está quitando de en medio. Por eso se habla de burbuja, de fiebre del oro o, como apunta Varoufakis, de la emergencia de unos nuevos tecnolords. Por eso, yo sigo convencido de que la inteligencia natural seguirá siendo necesaria para guiar a la artificial.