Carlos Segovia publicó hace unos días en Actualidad Económica un artículo titulado «La UCO deja como palabrería el código ético de Acciona y sus certificados anticorrupción de Aenor». La tesis es que los mandos de Acciona incumplían alegremente las normas internas del grupo sin mostrar temor a ser castigados. Y aquí radica lo grave: el sentimiento generalizado de impunidad y la banalización de una palabra tan sagrada como es «ética». Hemos llenado las organizaciones de códigos e indicadores de calidad, pero falta que nos los creamos realmente. Falta, en definitiva, el aceite de las organizaciones y de las sociedades: la adherencia a las normas, eso que se llamó virtud. Y así vamos mal, muy mal. Pues las palabras no tienen valor performativo, no cambian por sí solas la realidad.
Será por ello que estos días me he refugiado en Los trabajos y los días, unos versos de Hesíodo, un poeta griego que se lamenta de pertenecer a una sociedad degradada, que niega incluso las leyes de la hospitalidad y que se encuentra abocada a la desintegración inminente. Llega a decir: «Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento». ¿No estaremos nosotros también en una situación semejante?