
Vivimos en una sociedad en la que, en nombre de la salud, se pone el foco en el peso, que es la consecuencia de muchas otras circunstancias. La gordofobia forma parte de nuestro día a día. Desde la persona con sobrepeso que en el supermercado recibe miradas (no olvidemos la más que cuestionable conducta que se viralizó hace unos años, por parte de un movimiento «en nombre de la salud», en la que se juzgaba la cesta de la compra de personas en el supermercado), comentarios y hasta las personas que en el gimnasio oyen comparaciones, comentarios críticos sobre el cuerpo de los demás.
Porque parece que la salud se ha jugado a una carta: la delgadez. Las críticas cuando aparece alguien gordo en la televisión o cuando algún conocido ha aumentado de peso, y las comparaciones con otras personas, no ayudan y pueden provocar una interiorización de que hay algo de malo en ellas porque están gordas y no consiguen adelgazar. Es gordofobia.
Vemos cada día a personas con sobrepeso u obesidad con una vida estructurada, brillantes a nivel académico, profesional, con la frustración e impotencia porque no se ven «capaces de adelgazar». Esto no es una competición, es un desgaste. Cuando una persona detecta comentarios en su entorno en relación al cuerpo, tiene dos opciones: entrar en ese discurso o cambiar de tema. Incluso apartarse.
Hace unos días la conocida ilustradora Moderna de pueblo sacó una maravillosa publicación: en su grupo de amigas ya no se habla de sus fluctuaciones de peso. Porque esos comentarios inofensivos son oxígeno para un problema de imagen corporal o para el desarrollo de un TCA (trastorno de conducta alimentaria).
Si creces en un ambiente en el que se normaliza la restricción y prohibición de alimentos (nada de dulces y carbohidratos), o la compensación («si te has pasado en la comida, cenas menos») o en el que se dice abiertamente que «no quieren que sus hijos sean ultra delgados, pero tampoco gordos», es gordofobia. O, por lo menos, lo parece. Porque cada persona tiene su cuerpo, metabolismo, circunstancias. Y todas están bien. Está normalizado opinar de los cuerpos de los demás: si alguien ha subido de peso se le critica, si alguien ha bajado de peso se le halaga.
Porque lo que para una persona puede ser «decir algo por su bien», para quien lo recibe puede ser un momento muy doloroso, de vergüenza, de daño y de culpa. Todos los cuerpos son válidos y todas las personas también lo son.