
La barbarie de la guerra no conoce fronteras. El mundo con alma llora con el dolor de los niños que se mueren de hambre en Gaza por la mezquindad de un planeta que antepone su egoísmo al bienestar común. El drama de la Franja se solapa con el de las miles de familias que han tenido que abandonar sus tranquilas vidas a orillas del mar Negro para huir de la violencia. Ucrania llegó a ser la despensa de Europa. Sus fértiles llanuras llenaban de trigo las fábricas del continente y ayudaban a paliar las hambrunas del tercer mundo. En el 2013, decidieron romper con el viejo legado soviético y acercarse aún más a Europa. Hubo una revolución popular, la del Maidán, que dio nombre a un sentimiento colectivo que solo buscaba libertad y progreso. Presidía entonces el país un oligarca, Viktor Yanúkovich, que ya entonces solo pensaba en llenarse sus bolsillos al margen de los intereses de sus conciudadanos.
A la vera de Yanukóvich estaba un desconocido asesor, Andriy Portnov, que pronto se hizo un currículo digno de la Gestapo. En su hoja de servicios figuraban la represión y toda clase de violaciones de derechos humanos. Nadie dudaba de su cercanía a los intereses del Kremlin. Por eso, cuando cayó su mentor, salió por piernas de Kiev.
Pese a no pasar de ser un subjefe de la Administración presidencial, el equivalente a un director general en España, le dio tiempo a hacerse con los recursos suficientes para instalarse en España y llevar una vida desahogadísima. Hasta que este martes los pecados de su pasado se transformaron en seis disparos y un pitido a bocajarro cuando dejaba a su hijo en el carísimo colegio Americano de Pozuelo, uno de los municipios con mayor renta per cápita de España.
A Andriy Portnov le alcanzaron las deudas pendientes de su pasado. Y nos demostró a todos que, aunque los cañonazos retumben a miles de kilómetros, la onda expansiva se escucha a centímetros de nuestros oídos. En Ucrania la guerra estalla en Moscú, en las repúblicas caucásicas, en el Sahel y en cualquier lugar donde Kiev o Moscú creen que pueden cobrarse una pieza del adversario.
Dicen que el CNI vigilaba al asesinado. Se ve que no lo suficiente. Porque todo el mundo sabía quién era Portnov. Hasta figuraba en las listas de sancionados por Estados Unidos por sus querencias filorrusas. Pero vivía muy tranquilo en la milla de oro española mientras los civiles son despanzurrados a cientos. La guerra no es solo un titular. Y se combate en todos los frentes. Incluso en España.