
Se ha observado un aumento de los trastornos de ansiedad y depresión, especialmente entre los jóvenes y los ancianos. Sobre los primeros, toca analizar las consecuencias de la hiperconexión y el uso de redes sociales, que se han vuelto omnipresentes, por lo que pueden contribuir a generar ansiedad y depresión, según un estudio de la Universidad de Granada. ¿Por qué ocurre?
Surge la comparación social, donde los jóvenes evalúan su vida a través de la lente de las publicaciones de los demás, lo cual alimenta sentimientos de insuficiencia y baja autoestima.
Aparecen efectos negativos en la autoimagen y en la identidad. Está ligado con la idealización y la presión estética, porque las redes sociales suelen promover estándares de belleza y éxito poco realistas, lo que puede llevar a problemas de autoimagen, especialmente entre los adolescentes y los jóvenes. Se calcula que el 40 % de los jóvenes se sienten insatisfechos con su imagen corporal debido a las comparaciones en redes.
Existe otro problema relacionado con la construcción de identidad. Las plataformas digitales les posibilitan la capacidad de construir y gestionar su propia identidad; muchos se sienten presionados a mostrar una versión idealizada de sí mismos, lo que puede llevar a un conflicto interno y crisis de identidad (particularmente relevante en la adolescencia, por ser un período crítico para el desarrollo identitario).
El FOMO (fear of missing out), o lo que es lo mismo, «el miedo a perderse algo» es un fenómeno que ha cobrado mucha relevancia. Nuestros jóvenes sienten la presión de estar constantemente actualizados y conectados, lo que puede llevarles a un estado de ansiedad crónica. El 64 % de los jóvenes españoles de entre 18 y 30 años sienten FOMO, lo que afecta a su bienestar emocional y a su capacidad de disfrutar experiencias en el momento presente.
Las redes sociales pueden crear una falsa sensación de cercanía, comprometiendo la calidad de las interacciones, creando una comunicación superficial, que a su vez se traduce en una falta de intimidad emocional, que es esencial para fomentar relaciones profundas y satisfactorias (hay que tener en cuenta que los jóvenes prefieren la comunicación a través de mensajes de texto y publicaciones en redes).
A pesar de estar más conectados que nunca, muchos jóvenes reconocen que se sienten solos; la paradoja de la hiperconexión es que, al sustituir las interacciones cara a cara por las virtuales, se puede generar un mayor sentimiento de soledad, afectando a la salud mental. He observado que estas estrategias funcionan:
1.- Desconexiones regulares. Fomentar períodos de desconexión para reducir la ansiedad y la sobrecarga de información, es decir practicar el «digital detox».
2.- Ser consciente de las comparaciones sociales y su impacto emocional, intentando enfocarse en lo positivo de la propia vida.
3.- Priorizar interacciones reales. Fomentar las relaciones cara a cara y actividades que promuevan la comunicación significativa.
4.- Enseñar sobre el uso responsable. Y hacerlo en la familia, los colegios, las universidades.
En un mundo hiperconectado e hiperestimulado, y frente a situaciones de estrés, es fundamental enseñarles a priorizar su bienestar mental. Ser valientes y pedir la ayuda de un profesional, ser lo suficientemente honestos para buscar refuerzos y dejarse asesorar.