
Cada vez más los Óscar se parecen a una entrega de cine independiente y reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrokoreano, una manifestación Blacklivesmatter o el 8M. Quién iba a decir que esas reflexiones eran de Karla Sofía Gascón. Probablemente los comentarios no sean muy distintos de los que vomitarían otros si ella, intérprete trans, ganara el Óscar a la mejor actriz. Basta cambiar alguna palabra para imaginárselo. Pero este supuesto, el de que la madrileña se lleve el galardón, se antoja casi imposible después de que hayan salido a la luz tuits antiguos de Gascón cargados de xenofobia y de racismo. Tuits antiguos, pero no tanto. Ella, que había recibido todo tipo de insultos digitales. Ella, que cargaba contra el odio ajeno convirtiéndose en un símbolo. Justo ella. Enarbolar la bandera de una causa no obliga a ser alguien sin mácula que cruza la vida diaria sin mancharse, pero tampoco regala un cheque en blanco para escupir sobre otros.
Ahora la actriz dice que sus mensajes eran como notas en un cuaderno, en un diario personal. Otros seguro que se sienten acodados en la barra del bar trasegando el segundo carajillo cuando la vejan a ella en X. Sigamos fingiendo que ese limbo global es un reservado en el que los gritos deben ser interpretados como susurros.
Gascón, por cierto, está nominada por Emilia Pérez, película dirigida por Jacques Audiard. Este señor francófono dijo en su día que el español es un idioma de pobres y de migrantes. Lo es. De pobres. De ricos. De Cervantes, Valle, Cortázar y García Márquez. De millones. Desde luego no es el de Selena Gomez, porque lo destroza en este largometraje. Ay, los disfraces de progresía. Las personas y los personajes.