El título de esta columna lo ha inspirado Iñaki Anasagasti. Hace años publicó un libro titulado Una monarquía nada ejemplar. Anasagasti, nacido en Venezuela, provenía de una familia de estirpe nacionalista. Se habían exiliado tras la guerra civil. Añoraban la tierra, y cuando Iñaki cumplió siete años, sus padres decidieron que su prole debía educarse en el País Vasco. Por lo tanto, sus hijos regresan a San Sebastián y son acogidos por sus abuelos.
Anasagasti estudia en los marianistas donostiarras y después en el Santiago Apóstol de Bilbao. En 1965 muere su padre. Regresa a Venezuela y estudia Periodismo y Sociología en una universidad de los Jesuitas. Se casa. Y regresa de nuevo a España. Cuando el PNV sale de la clandestinidad, el señor Anasagasti comienza a vivir de la política. Pasa por el Parlamento vasco, el Congreso y también el Senado. Veintiocho años de servicio público y lealtad al nacionalismo. Pero no solo fue leal al PNV, sino también a una áspera actitud antimonárquica. Es un rasgo común en los nacionalistas: en su feudo, el jefe del Estado no pinta nada. En realidad, el País Vasco utiliza al Estado solo en función de sus propios intereses, el resto les importa poco. De ahí el libro que cité al comienzo y que me ha servido para intentar argumentar todo lo contrario al prócer nacionalista. Porque yo creo que no solo gozamos los españoles de un sistema avanzado de Gobierno, sino que ahora mismo disfrutamos de una monarquía ejemplar.
Digo «sistema avanzado de Gobierno» porque la monarquía parlamentaria es propia, efectivamente, de países avanzados: Noruega, Suecia, Dinamarca, Canadá, Holanda, Luxemburgo, Reino Unido, etcétera. En el ránking de The Economist en torno a las veinte democracias plenas, resulta que diez son monárquicas. Dato curioso porque la monarquía parlamentaria resulta minoritaria en las formas políticas del planeta. En España gozamos ahora mismo de un sistema de Gobierno que garantiza la unidad de la nación, e indisolubilidad, por encima de la alternancia política en el poder legislativo y el ejecutivo. Los reyes Felipe y Letizia representan, en estos tiempos de barro, la imagen más positiva de España. En realidad, los reyes son imagen de nuestra prosperidad y modernidad (quizá porque la monarquía parlamentaria es también más «moderna» que la república). Y cuando digo prosperidad pienso con dolor en la tragedia del Levante. Pienso y aún me corroe las entrañas.
El domingo de la visita a Paiporta, 3 de noviembre, será una de las fechas inolvidables de la historia española. Unos reyes a la altura de las circunstancias, un político noqueado por las circunstancias (Mazón y su gestión nefasta de la tragedia) y otro político queriéndose desprender de las circunstancias. Después de lo sucedido en Paiporta, todos conocemos algo más sobre lo ejemplar y lo «nada ejemplar».
Quizá Anasagasti escriba un nuevo libro al respecto.