Elogio a la pala

OPINIÓN

Alejandro Martínez Vélez | EUROPAPRESS

11 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Es una herramienta humilde. Quizás, junto con la rueda, un instrumento tan antiguo que proviene de la escápula ósea, del omóplato fundacional, que dio origen a la espátula antes de convertirse en la polifacética pala, siempre asociada al pico que escarba mientras la pala recoge.

Un ejército civil de varios miles de jóvenes, unió Valencia con Paiporta, Utiel, Sedavi, Aldaia, Alfafar, Algemesí y otros pueblos cercanos a la capital de la autonomía, en una procesión cívica de voluntarios dispuestos, con palas y cepillos, a limpiar el lodo, a desterrar el fango, a ayudar en todo lo posible a los ciudadanos desolados por la dana salvaje, por la gota fría que arrasó bienes y haciendas, causando el dolor y la muerte en la fértil vega valenciana. Suplieron la incompetencia de quienes no supieron responder con celeridad desde las administraciones públicas, fueron el batallón de la pala que acudió como un solo hombre en auxilio de sus paisanos, la ola solidaria ayudó a cauterizar la gigantesca herida abierta por el tsunami que llevó a los pueblos valencianos la destrucción en forma de riada incontenible.

En un país en el que la emergencia no tiene prisa porque en tiempos de la inteligencia artificial, de alarmas subrayadas en redes sociales y escritas en los teléfonos móviles, siempre falta una póliza o una consigna burocrática que movilice al ejercito, que transporte maquinaria logística y encuentre los cuerpos de las víctimas en las primeras veinte y cuatro horas; tuvo que ser la llamada de la tierra quien convocó a toda una generación de cristal para remangarse limpiando los pueblos asolados.

Contra el fango y el barro, desaguando garajes y bajos inundados y repartiendo abrazos junto al mínimo avituallamiento para quienes lo habían perdido todo.

La pala es el antídoto contra el fango y el lodo, como lo fue hace tres años contra la nieve que llegó por sorpresa con el Filomena y su blanca capa de miedos níveos.

Aquellos muchachos que salieron al alba de Valencia para repartirse por los pueblos abatidos por la dana, acuñaron lo que es más que un eslogan ocasional, imprimieron en el vocabulario del corazón, desde el centro de los sentimientos que «solo el pueblo, salva al pueblo».

Ha sido una catástrofe nacional de inmensa magnitud, en un universo de clase trabajadora, que causó la muerte a dos centenares largos de valencianos, que estragó carreteras y vías de ferrocarril, que dañó varias decenas de miles de automóviles, el icono del siglo.

Mi elogio para la tropa armada con palas y cepillos, para la riada solidaria. Para la pala.