Es difícil ver una redacción de periodistas en absoluto silencio. En La Voz ha pasado, pero muy pocas veces. Se calla de vez en cuando para escuchar, cuando habla una noticia grande y se arremolinan todos los periodistas ante la pantalla para tomar nota de esa comparecencia que huele a dimisión o para ver ese penalti que lo decide todo. El silencio de verdad, sin soniquetes de fondo, llega de otra forma. Cuando se murió Nacho. Cuando mataron a Beriain. Es todavía más complicado ver una redacción vacía un miércoles a las tres y media de la tarde. Es algo así como contemplar un leopardo de las nieves. En pleno confinamiento, cuando la mayor parte de compañeros trabajaban desde sus casas, hubo un día en el que no había nadie más en horario de sobremesa. Estaba sola. Fue breve. Pero suficiente tiempo para imaginar. Y pensé en el mapa de Fontán. Cavilando que, si la vida fuese una comedia de robos, un Atraco a las tres, sería el momento perfecto para hacerse con la Carta Geométrica de Galicia. El primer mapa físico realizado con métodos científicos y matemáticos en España. Hay un Fontán en el despacho de Santiago Rey. Su Fontán. Su piedra de toque, decía. Para él y para los visitantes. Una joya del siglo XIX. Donde no están dibujados los dos ombligos de España. Ni Madrid ni Barcelona. Galicia en su prodigioso artefacto, en avanzadilla, tomando conciencia de sí misma. Nada más. Nada menos. Allí. Tan cerca. Pero llegó un redactor, encendió las luces de su esquina y se rompió el encanto. El miércoles la redacción se quedó vacía a las tres de la tarde. Recibía a su presidente en el museo para decirle adiós. La Voz era su vida. Solo la muerte lo apartó del periódico. En realidad, ni la muerte lo ha logrado. Imposible entender el uno sin el otro. Volví a pensar, con tristeza, en su querido Fontán.