Silencio

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

Angelika Warmuth | REUTERS

25 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Es el momento de subir el volumen. De abrir las ventanas para que vuelen las voces de Aretha Franklin, de Edith Piaf, de Chavela Vargas, de la Jurado. ¿Por qué? Porque podemos. En Afganistán no. Siguen con su borrado. Primero los cuerpos. Después las caras. Ahora las voces. El Gobierno talibán da una nueva vuelta de tuerca y prohíbe el sonido de la voz femenina en los espacios públicos. Nada de canciones o lecturas en la calle. Todo de puertas para adentro. Las risas, los llantos y los cantos. También las miradas. Porque serán castigadas las que se atrevan a mirar directamente a hombres que no sean de la familia. El simple hecho de vestir una camiseta de tiras, llevar el pelo suelto, caminar por la acera canturreando Si antes te hubiera conocido y saludar a un vecino en la plaza es una suma de delitos insoportable para los encargados de combatir el vicio. Nada les detiene. Porque, a efectos de presión internacional, la discriminación de las mujeres sigue siendo un apartheid de Segunda División. El Comité Olímpico Internacional, acostumbrado a navegar con maestría sobre las ciénagas más putrefactas, volvió a lavarse las manos a escala industrial en los últimos Juegos Olímpicos. Afganistán fue el tercer país en el desfile de la ceremonia de apertura. Es más, la afgana exiliada en España que lució una capa en la que pedía la libertad para las mujeres de su país fue descalificada. Por un lado se admite un equipo de refugiados en el que compitan deportistas que han sido, literalmente, escupidos por los regímenes de sus países. Por el otro, que se limiten a lo suyo y nos dejen en paz. Hemos venido a emborracharnos, el refugiado nos da igual. Total, solo son mujeres. La mitad del mundo.