Balbina

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

20 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El verano, como la Navidad, es retorno, pero con más luz. Esa que permite ver mejor que lo que dejaste atrás se esfumó. Para unos es la vuelta al nido materno. Tienen ventaja los que regresan al lugar de sus sueños. Ese rincón que los aleja de las penitencias diarias. Hay quien regresa para rescatar vivencias del olvido. Una vez conocí a Balbina, como en el relato de Neira Vilas, pero en femenino. Vivió la infancia con las penurias de la posguerra. Entre labor y labor aprendió a ser costurera. Dio en una buena moza y muchos jóvenes pretendían sus amores, pero en una verbena del mes de julio se enamoró de un galán que había venido de vacaciones. Volvía de Argentina y ya había ganado dinero suficiente para llegar a su tierra bien vestido y una cartera cargada de pesos. En octubre se casaron, pero en noviembre él tuvo que coger el barco y regresar a Buenos Aires. Balbina esperó al mes de mayo siguiente a que le llegasen los billetes y la documentación para embarcar en Vigo en un trasatlántico francés. Y allá se fue, más esperanzada en su amor que en el futuro desconocido en una tierra nueva. Los diecisiete días de travesía los pasó echada, por los mareos. No podía levantarse ni para comer. Perdió tanto peso que llegó a temer por su vida. Se sentía con tan mal aspecto que lloraba porque pensaba que su marido ya no la iba a querer. No fue así. Con serenidad, contaba en su último retorno que seguían enamorados como en aquella fiesta y ya habían cumplido los setenta. Balbina fue perdiendo la memoria y llegó el día que ni siquiera conocía a ese amor de su vida. Se fue en el olvido y en una Argentina desbaratada. Malo cuando los gobernantes no se preocupan de darle paz, pan y felicidad a sus pueblos.