Planes

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

Imagen de la terraza de una cafetería, en Santiago.
Imagen de la terraza de una cafetería, en Santiago. DANIELA YANES

26 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez escucho a más gente decir que necesita tener un plan para mantenerse ilusionada, quizás esta sea una clave del porqué cada vez es más difícil encontrar billetes, hoteles, mesas, entradas para conciertos y toda la plétora de ocios que tenemos a nuestra disposición en la sociedad del bienestar.

Tener un plan supone tener un objetivo a corto plazo, una Ítaca, una ilusión hacia la que navegar escapando del tedio que provoca la rutina de vivir.

La necesidad de un plan es relativamente nueva, durante siglos el ser humano era un Homo viator que recorría el camino del pañal a la mortaja hasta alcanzar una trascendencia. Todas las religiones plantean lo mismo, solo que con diferentes metas y dioses, pero el plan de vida es llegar al paraíso.

El problema de nuestra civilización —no así del Islam— es que desde el «Dios ha muerto» de Nietzsche, este ya dejó de ser el objetivo. A falta de un plan tan trascendental, hemos diseñado el viaje por la vida a través de objetivos más paganos: lograr una estabilidad, cuidar la salud, formar una familia, comprar un coche o una casa. Con estos planes hemos ido navegando hasta ahora en que esos objetivos ya casi resultan imposibles de alcanzar para las nuevas generaciones, que tienen que reprogramar el navegador e invertir lo poco que pueden ahorrar en planes menores, más inmediatos, asequibles y placenteros, para no caer en lo que la psiquiatra llama la anhedonia. Esto puede ser una explicación al porqué del furor viajero, fiestero y retozón que crece día a día.

Cuando uno está vacío de trascendencia y de planes menores, solo le queda el sillón orejero, la mantita escocesa y esperar a la de negro.

La vida es más fácil cuando el plan es obedecer los mandamientos —sean de Dios o del dictador de turno— hasta alcanzar el paraíso, pero a estas alturas de siglo estamos condenados a una libertad perpetua no revisable y cada uno tiene que trazarse sus propios planes.

Los planes cortoplacistas son necesarios para vivir el día a día con una mínima ilusión, pero no debemos olvidar que ninguno de ellos responde a la pregunta con que siempre tropezamos: ¿adónde voy?

Antes del advenimiento de las religiones monoteístas, la filosofía griega fue la que dedicó más esfuerzos a responder esa pregunta y en proponer planes para enfrentar su no respuesta.

Mientras, unos van a misa y otros al Caribe, unos distraen la meta siguiendo influencers y otros machacándose en el gimnasio, unos colaborando con oenegés y otros perdiéndose en atajos estupefacientes. Habría que leer a los estoicos que elaboraron los mapas para soportar el periplo de vivir sin tener que ir a Punta Cana.