Ni antisemita, ni antisionista

Julio Ignacio Iglesias Redondo ALCALDE DE ARES (PSOE)

OPINIÓN

María Pedreda

23 oct 2023 . Actualizado a las 09:16 h.

La extrema derecha europea y norteamericana siempre fueron antisemitas. Mientras, la mayoría del resto del espectro político luchaba por los derechos de las minorías en ambos continentes. Pero las políticas racistas y coloniales de Israel revertieron la situación. Porque, a la vez, conquistaron la simpatía de la extrema derecha antisemita y criminalizaron el apoyo de la izquierda a la causa palestina. Todo de la mano de la islamofobia que sembró en Occidente el integrismo, en el que vieron una oportunidad los servicios secretos tanto de Israel (que vieron en Hamás la oportunidad de aislar a los palestinos de Gaza de los de Cisjordania y bloquear la creación de un Estado palestino) como de los Estados Unidos (que con la Operación Ciclón reclutaron y entrenaron a miles de fundamentalistas en Afganistán). Es muy difícil creer en las casualidades.

Pero Amos Oz, premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2007, ya señalaba en su libro Contra el fanatismo que el problema no radica en los valores del Islam, como quiere hacernos creer el racismo, sino en la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo, fanatismo y pluralismo, fanatismo y tolerancia, pues el fanatismo es más viejo que el islam, el cristianismo y el judaísmo, que cualquier Estado, gobierno o sistema político y que cualquier ideología o credo, porque representa el gen del mal presente en la naturaleza humana. Pero ni todos los judíos son racistas ni colonos, ni todos los palestinos son terroristas ni integristas, como tampoco todos los alemanes eran nazis.

La extrema derecha israelí también quiere confundirnos con su pretensión de identificar a sus detractores como antisemitas o antisionistas, cuando no es lo mismo. Porque condenar su política y empatizar con la causa palestina, ni cuestiona el derecho de los judíos a vivir en libertad y seguridad, ni su derecho a hacerlo en un Estado propio en la tierra prometida. Lo único que se denuncia es la ceguera moral de la que adolecen las políticas racistas y coloniales, con independencia del lugar en el que se manifiesten. De hecho, la extrema derecha israelí tacha de traidores —y no de antisemitas, porque sería ridículo— a los muchos judíos que defienden la existencia de los dos Estados, también del palestino, que tiene el mismo derecho a existir que Israel, como reconoce el derecho internacional tomando conciencia del terrible sufrimiento que se inflige a los palestinos. Un sufrimiento derivado de la nakba, que les recuerda, cada vez más, al que ellos padecieron durante la Shoá. Entre ellos destacan los exmilitares israelíes que se negaron a continuar sirviendo en el ejército, o al menos en los territorios ocupados, después de experimentar y participar en acciones que violaron su conciencia moral, a los que tampoco tachan de antisionistas porque sería igual de ridículo, al haber servido en el corazón del sistema militar del Estado. Y es precisamente el hecho de haber servido en los territorios ocupados (y a partir de esa experiencia cambiaron completamente sus posiciones) lo que hace que sus historias sean tan poderosas, como escribe Erica Weiss, profesora de antropología en la Universidad de Tel Aviv, en su libro Objetores de conciencia en Israel: ciudadanía, sacrificio, pruebas de lealtad, en el que analiza las inevitables luchas futuras dentro de la sociedad israelí en su terriblemente lento proceso de despertar una conciencia nacional sobre los verdaderos costes que la ocupación tiene para la identidad y el futuro de Israel.

Un proceso tan lento como inevitable. Porque el racismo y colonialismo israelí está destinado a desaparecer por las mismas o parecidas razones por las que también desapareció el apartheid en Sudáfrica. Quizá sea este uno de los motivos por los que, desde hace años, el racismo israelí se ceba con tanta saña en los niños palestinos (casi 800 muertos en lo que va de año). Porque ve en ellos el futuro que su sistema de apartheid ya no tiene. Es lo que siempre se llamó morir matando. Exactamente lo mismo que hará Hamás cuando la Autoridad nacional palestina tome el control de Gaza. Porque los extremos a menudo se tocan. Y más, cuando cada uno de ellos justifica su propia existencia en la del otro.