La ciudad

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

GUILLERMO MARTINEZ | REUTERS

09 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Encuentro la ciudad desdibujada al fondo del paisaje, tendida al sol que nace tras la lluvia, en el nudo central de la Meseta. He regresado y es mi ciudad, como ya he dejado escrito en un poema, el «cuchillo que me parte en dos mitades», que divide y aventa mi corazón de cristal y salvia, de hielo, menta y noche.

Ya no eres pueblo de pueblos despoblados, ni rompeolas en mañanas de Unamuno, cuando encontró senderos que bajaban de la sierra entre zigzags en medio de las sombras y cantos de cigarras.

Ya estoy aquí, ya estoy contigo, sorprendiéndome al rodear tu talle y susurrarte al oído una canción antigua de cuando tú y yo, mi ciudad, mi delirio, mi grandeza, aprendimos a ser felices.

Otro viaje de vuelta en donde no hubo abrazos y tejimos en un bastidor de vientos un saludo cordial de bienvenida.

Y volví de nuevo a ser aquel chaval que un día franqueó la puerta de la estación del Norte para quedarse a vivir en tu regazo.

Ciudad cosida en periferias y grandes avenidas, alamedas donde crecen primaveras, veranos sin mar, costa de río que navega silente por mi melancolía.

Regresé sin prisas y el retorno me trajo la foto fija de un ayer que está lejano, y era la ciudad un parque floral por el jardín botánico, la urbanidad forestal en El Retiro urbano, y se llenaba de luz cuando mayo se quedó a vivir en La Rosaleda. El retrato de un tiempo caducado en donde crecían las sorpresas en mi sonrisa adolescente.

Venía de un país de verdes permanentes que sesteaba al lado norte de la mar, con seiscientos kilómetros de distancia anotados en mi cuaderno de bitácora.

Te devuelvo el saludo cordialmente, envuelto en la morriña de un verano que siempre contempló el billete de vuelta.

Y vas recordando a aquel mozo que recorría moncloas y gran vías y soñaba por Quevedo o Chamberí. Y que, sentado en el Gijón o en el Comercial de la glorieta de Bilbao, escribía poemas en servilletas de papel que luego agavillaba. Pasaron tantos, muchos años, y se fue acostumbrando a pasear despacito, a verse viejo en las vidrieras de los escaparates, fue agradeciéndote el tiempo que creció contigo.

Y la ciudad también fue pueblo, con inabarcables antes y después que se quedaron a vivir en mi retina, y entonces escribí tu nombre y volví a dejar constancia de ese puñal que me parte en dos mitades y que vuelvo a saludar entre septiembres novicios, debiendo añadir «ciudad que me dispersa y donde vivo, eres Madrid mi casa y mi ventana, mi risa más feliz y mi martirio». He vuelto a la ciudad.