Dada la época anual en la que estamos y con el calentamiento global del planeta que se nos viene encima, es obvio que se adelantará la conocida operación bikini, una lucha orientada a perder esos kilos de más que el invierno nos ha obsequiado con, unos antiestéticos «michelines» que disparan actitudes encaminadas a reducirlos, como respuesta al hecho físico de que a toda acción sucede otra reacción.
A esta «necesidad» de perder peso, se añade la presión de la dictadura de la moda, que en su continuo vaivén está despertando antiguas tendencias hacia el modelo de la delgadez como objetivo estético, al igual que la heroic chic de los años 90 que defendía unos cuerpos menudos, con modelos escúalidas y ojerosas; una contrareacción a las normoponderadas Claudia Schiffer, Noemi Campell o Cindy Crawford, e incluso a la «Brazilian butt lift» (elevacion de los glúteos). La tendencia está en marcha, recientemente, fomentada ya no solo por los magacines de moda, sino también por las modelos estilo Leslie Lawson (Twiggy), Kate Mos, Kim Kardashian. El problema no es perder peso, sino cuánto, cómo y a qué velocidad. La presión social, la participación en redes sociales y una autocomplacencia sin control pueden llevar a una desnutrición y eso es malo. Se puede morir uno. Que un ayuno voluntario, para perder peso, pueda llegar a situaciones comprometidas, depende mucho de la situación psicológica de la persona. Son más vulnerables las personalidades inseguras con alteraciones afectivas, baja autoestima, jóvenes, frustrados, con sobrecarga de trabajo/estudio, ambiente familiar, con unos cánones de belleza exigentes. La necesidad más o menos urgente de perder peso puede minimizar la percepción de la realidad, añadido a que nuestro organismo está preparado, con sus ajustes metabólicos, para compensar los déficits iniciales y sus señales de alarma, pudiendo llegar a desnutriciones relevantes sin ser conscientes del problema. Una paciente en el hospital me recriminaba la atención hacia su compañera de habitación porque pesaba 34 kilos… pero no era consciente de que ella pesaba 26.
Perder peso a ciegas; no. Los problemas surgen no solo con la cantidad perdida y la rapidez, sino con el método utilizado, con dietas draconianas, dietas milagro etc, que no garantizan una nutrición suficiente. Un déficit nutricional va a originar problemas prácticamente en todo el organismo: digestivos, con dilatación gástrica que incrementa la anorexia y malnutrición; cardíacos, que pueden llegar a arritmias mortales; hematológicos, endocrinos, dermatológicos y un largo etcétera.
Debemos alarmarnos si el IMC baja de 18,5 (IMC= P/T2; peso dividido por la talla en metros al cuadrado), si se pierde la regla, fragilidad del pelo, cansancio, bajadas de tensión, lentitud del pulso etc. Cruzada esa línea roja, hay que pasar inevitablemente a un control racional, con ayuda del médico, exploración analítica objetiva y, posiblemente, apoyo psicológico. Es discutible si la delgadez sin control es bella o no. Lo que si está claro es que metabólicamente no es aconsejable.