Transformar la ira en derecho

Nieves Lagares Diez MIEMBRO DEL EQUIPO DE INVESTIGACIONES POLÍTICAS DE LA USC

OPINIÓN

Jesús Hellín | EUROPAPRESS

26 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace tiempo, cuando el derecho y la ley eran los mejores intentos de racionalización de la vida colectiva, los ciudadanos teníamos la sensación de que la unidad de medida, el rasero por el que se juzgaba a unos y otros, era común para todos y todas. Y aunque asumíamos las excepciones de clase, autoridad o riqueza como formas de devaluación de dicha medida, seguíamos creyendo que había un atisbo de racionalidad objetiva en la construcción de las normas y un defecto de subjetividad interesada en su interpretación.

La injusticia no era otra cosa que ese defecto de subjetividad interpretativa, siempre interesado, que quitaba el velo de los ojos de la diosa y desequilibraba la fragilidad de su balanza para favorecer siempre a los mismos.

El problema de nuestro tiempo es que el nivel de imprevisibilidad de las sentencias ha aumentado de un modo exponencial en la vida ordinaria de los ciudadanos, y se ha vuelto absolutamente previsible en la esfera de la política. Nadie se atreve a predecir el resultado de un juicio ordinario, pero todos sabemos de antemano qué posición van a adoptar los magistrados del Constitucional ante una decisión de carácter político.

Y si la interpretación de la norma responde a una razón interesada, su construcción es, además de interesada, emocionada.

La reforma de la ley del solo sí es sí era imprescindible; el recurso al dolor de las víctimas como relato de la reforma no es más que la entrada de las emociones negativas a la construcción del derecho. Mientras san Pablo construyó la idea de «dejad lugar a la ira de Dios», nuestro tiempo quiere llevar la ira de las víctimas a la norma.

No es nuevo, porque las víctimas tienen todo el derecho a sentir esa ira, pero la civilización que instituyó el perdón y rompió con la ley del talión se empeña ahora en convertir las emociones más negativas de los ciudadanos más heridos en la norma de su convivencia. Y no nos mintamos, no evocamos la ira y el resentimiento legítimo de las víctimas, de cualquier víctima, por justicia o por resarcimiento; lo hacemos por interés, por audiencias en los medios, por rendimientos electorales en la política, por dramatismo y notoriedad en los relatos; porque las emociones venden y también el derecho puede construirse emocionalmente.

Las emociones han estado siempre ahí, tampoco es nuevo; la comunicación está emocionada, la política está emocionada, ahora el derecho se construye de forma emocionada, ese no es el problema. El problema reside en el tipo de emociones que usamos para construir las normas que deben regir nuestra convivencia. Y mucho me temo que, frente a lo que pretendiera san Pablo, nuestra construcción actual es emocionalmente negativa.

Y cargados de estas emociones negativas construimos una convivencia más punitiva, más prohibitiva, más dogmática y más intolerante con la visión de los otros. Una sociedad que transforma la ira en derecho, que usa tantas emociones negativas para reformar una ley como las que había usado para su creación. Mal camino.