Al anotar posibles temas para esta columna, la primera después de meses, descarté pronto el aniversario de la guerra de Ucrania, porque fue ayer y porque ya está muy escrito. Y porque no sé cómo explicar cuánto me desespera que hayan metido a Ucrania en esta sangría bárbara: seguimos sin datos fiables de muertos y heridos graves, pero se cuentan ya por centenares de miles los ucranianos y rusos jóvenes masacrados en combate. Un dolor inabarcable tratado con una indiferencia que asusta, inhumana.
Me apetecía glosar la expresión «gente de bien», que tanto le han afeado a Feijoo, pese a que todo el mundo la entiende. Nadie incluiría en la inmensa mayoría social que paga sus facturas al diputado socialista de la operación Mediador, ni a sus colaboradores, ni a sus clientes, ni a sus proveedores de drogas y putas. También quedaría fuera, por ejemplo, el ex árbitro Negreira y quienes le untaban. Pero admitirían como hombre de bien al señor amable y cumplidor de la ley, que lucha por sacar adelante su familia y no puede pagarse el arreglo de la boca, excluido de la Seguridad Social, aunque ve cómo le extirpan el útero por cuenta del sistema a una chavala aturdida que quería ser niño, y que ahora reclama indemnización porque se arrepiente y se siente engañada. A la chica podría haberle ido peor en Canadá, si se confirma la noticia sobre la eutanasia para niños con enfermedades mentales, porque ella padecía autismo. O si se le hubiera ocurrido la misma locura que a la gemelita de Sallent, que, por lo visto, también quería ser chico.
La presión cultural para que las niñas dejen de soñar con ser madres o princesas puede relajarse. El objetivo está ya próximo: ahora casi prefieren ser niños.