Crisis sanitaria local y global

Enrique Castellón VICEPRESIDENTE DEL COLEGIO DE MÉDICOS DE A CORUÑA

OPINIÓN

Juan Barbosa | EUROPAPRESS

05 feb 2023 . Actualizado a las 22:14 h.

No es solo aquí. La pandemia ha llevado al borde del colapso a sistemas de salud en el resto del mundo. Calidad deficiente y largas listas de espera para todo y en todos los niveles. Así, desde Canadá a Australia pasando por la UE, el Reino Unido e incluso Suiza. Servicios de urgencia saturados, su demanda impulsada por el bloqueo de las consultas ordinarias. Estas, a su vez, recibiendo los casos no atendidos de una urgencia sobrepasada, un círculo vicioso en el que los distintos niveles se presionan entre sí con los pacientes de por medio. En Europa, el exceso de mortalidad en el 2022 superó el 10 % y Alemania y Francia se han acercado al 25 %. España no está mejor.

Y todo ello con independencia del gasto y número de profesionales. Los países de la OCDE gastan de media en sanidad el 10 % del PIB, cuando antes de la pandemia apenas gastaban el 9 % (rango en el 2021, entre 12,8 % y 6,6 %, excluyendo EE.UU., con España por encima de la media). El número de médicos se mantiene estable (rango de la OCDE 2021, entre 5,4 y 2,8 por mil habitantes, con España en 4,6). Una parte del problema es la caída de la productividad. Profesionales exhaustos y cuantiosos recursos monopolizados para el covid lo explican. Otra, importante, es el crecimiento explosivo de la demanda: pacientes con enfermedades no tratadas durante la pandemia se acumulan en consultas y urgencias en mucha peor condición. Hay diferencias entre países, especialmente en remuneraciones y autonomía, pero esas singularidades no alteran un diagnóstico común, agravado por la progresión de un envejecimiento con mala salud.

Que en nuestro país el gasto sanitario, su distribución y el número de profesionales no sean determinantes no significa no actuar ya sobre ello para evitar un colapso total. Pero no es la solución. Las tensiones previas, agravadas por la pandemia, más la amenaza de nuevos brotes epidémicos y el cambio climático, obligan a reimaginar un modelo asistencial adaptado a la realidad presente y previsible. Se ha de abandonar el cortoplacismo alimentado por la confrontación política y, junto a los valores esenciales de universalidad y equidad, centrarse en los problemas y amenazas de hoy y no en la preservación del modus operandi tradicional; mejorar las condiciones de trabajo encauzando las aspiraciones de los profesionales, y establecer un nuevo marco de relaciones y de liderazgo con menos jerarquización, lo que, en definitiva, es propio de las organizaciones de conocimiento.

Una nueva visión necesita nuevos indicadores. Las métricas inducen modos de pensar y de actuar y por ello se han de medir resultados en términos de salud y bienestar —de valor creado—, de manera que se primen los cuidados y la salud pública —prevención—, los grandes olvidados. Las inversiones necesarias para restaurar —y mejorar— la capacidad del sistema tendrían que adaptarse a las nuevas circunstancias y no estas a esquemas que hace tiempo quedaron obsoletos. Una crisis tan dura debe crear las condiciones del cambio.