Cobardía

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

Óscar Ortiz | EUROPAPRESS

11 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Quien haya leído la Ilíada sabrá que los héroes pueden ser altivos, exaltados, desdeñosos o imprudentes. Sabrá que incluso los dioses del Parnaso rivalizan entre sí y con frecuencia se enfrentan, se engañan y se traicionan.

Los atletas españoles que sucumbieron hace unos días contra las fuerzas del Islam en las arenas de Arabia no son diferentes, aunque su épica batalla no será cantada nunca por ningún Homero. Los dioses no pueden escuchar a todos, no todos ganan, y las derrotas son a veces tan amargas que significan el final de un mito, como ocurre por ejemplo con las contiendas libradas por el país de Pelé. El general Martínez, que mandaba las filas de nuestros colores, —elegido por el césar llamado Rubiales, que le ofreció el oro y la gloria—, se creyó un nuevo Alejandro y cedió a la tentación de ponerse la corona de laurel ante el espejo.

Pero, viéndose vencedor, se volvió arrogante, insolente y descarado, y, como Ícaro, acabó desplomándose sobre la mar abisal.

Y a su regreso, cargando con la pesada derrota como cargan los gladiadores con sus escudos y sus cadenas, el césar le volvió la espalda. En lugar de darle de beber vino de su propia crátera, de cubrirlo con su propia manta, de abrazarlo como a un hijo en las horas aciagas, al oír el griterío de los que reclamaban un castigo por la derrota, temió por su propia vida y entregó al joven general a la multitud vociferante. A continuación se retiró a la seguridad de los almohadones adamascados de su palacio de invierno, y, cerrando los ojos, suspiró aliviado.

En La rendición de Breda, ese gigantesco cuadro de Velázquez, muchos espectadores admiran los palos enhiestos de las lanzas, pero en realidad es en la mano que entrega la llave de la ciudad vencida, la mano de Luis Enrique, donde radica el corazón de la obra. La compasión por el vencido.

Pero por lo que parece, en esta nueva épica de los tiempos modernos que es el fútbol se han olvidado las virtudes de la guerra. Aquí, cuando perdemos, quemamos a nuestros generales.