Querer mal

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OPINIÓN

Marcial Guillén | EFE

26 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando eres madre de un niño tienes más miedo. Cuando eres madre de una niña tienes muchísimo más miedo. No hace falta ser un padre helicóptero, de esos que vuelan alrededor de los niños con el afán de protegerlos y controlarlos, para temer por ellos. Para temer por ellas. ¿Acaso no es el miedo la emoción que ha llevado al ser humano a sobrevivir, a sobrevivirse a uno mismo?

Según tu hija se hace mayor, los temores cambian. La primera noche en casa, de regreso del hospital, vas hasta la cuna solo para comprobar si respira. Acercas tu cara a la suya para sentir su aliento, ese calorcito húmedo que sale de su cuerpo recién estrenado. Y suspiras de alivio. A partir de esa primera vez vendrán muchas más. Noches sin dormir (sin querer dormir), porque tiene fiebre, porque tiene pesadillas, porque tiene mimo... Noches sin dormir (sin querer dormir) porque tiene una fiesta, tiene un botellón, tiene un amigo con coche, tiene un novio con cara de empanado... Y es entonces, por fin, cuando entiendes a tus padres y les agradeces las horas que se pasaron esperando para confirmar lo único importante: está bien.

En la base de ese pavor ancestral está algo muy básico: que no se encuentre con alguien que no la quiera y le haga mal. Pero cuando las supervivientes de la violencia machista —algunas a duras penas— hacen que se te salten las lágrimas al compartir sus historias eres plenamente consciente de que hay algo que te asusta aún más que el hecho de que un desconocido le haga daño a tu hija. Lo que de verdad te quita ya no el sueño, sino la vida, es que le haga daño alguien que dice que la quiere, alguien que tendría que quererla.

Ni una más. Ni una menos.