Caperucita o la desconfianza

Cristina Gufé LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN. ESCRITORA

OPINIÓN

02 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Se transmite con cada generación —alimenta el inconsciente colectivo del que nos habla Jung—. Los niños al escuchar el cuento descubren entre la aparente sencillez asuntos serios como la generosidad, el cuidado, la violencia y el propósito de no confiar en desconocidos: representantes del núcleo de la cuestión de fondo que es el despertar del miedo.

Caperucita conversa con la madre, quien le encarga llevarle comida a la abuela enferma en una casa situada en el bosque; le advierte que no hable con desconocidos. La niña desobedece, se encuentra con el lobo, que la engaña y planea adelantarse para comerse, primero, a la anciana, y luego a ella. Menos mal que los ronquidos del animal después de engullirlas alertan a un cazador que pasaba por allí, dispara al animal y, tras la «inocente operación castigo al malhechor», las libera de la tripa del animal. La niña, de regreso a casa, habla con mamá, quien le da la moraleja: no debemos confiar en los desconocidos.

Parte de nuestra infancia discurre entre el miedo: oscuridad, bandidos escondidos debajo de la cama, el señor que trae un saco y traslada criaturas, etcétera. Nos controlan por medio del temor. Una vez hemos abandonado la niñez, en períodos de graves crisis personales, descubrimos el poder salvador de los desconocidos que aparecen milagrosamente en nuestras vidas como portadores de un rumor de ángeles o antorchas de luz. Cualquier ocasión puede ser propicia para el despliegue de sus poderes: viaje, encuentro casual, incluso una concatenación de circunstancias semejantes a un laberinto. Les hablamos con más libertad que a nuestros amigos. Compartimos en un rato experiencias que hemos tardado años en realizar y reflexiones íntimas. Cumplen la misión de anclar de nuevo el barco de existir. Van a rescatarnos del dolor que ahoga, a través de pinzas que colocan en la espalda para que nos sostengan evitando el desplome.

Los cuentos infantiles no son inocentes; nos inician en las claves de la socialización a la que estamos sometidos bajo el yugo de la educación y otros procesos inevitables. Durante años asimilamos mensajes que tenemos que desaprender y uno de ellos podría ser que los desconocidos no son «los malos», ya que, en ocasiones, por el contrario, logran darnos la motivación equilibrada que nos permite continuar camino, no en el bosque sino en la vida, donde se esconde arrebujado el germen del peligro.