Putin acaba con los rescoldos del Imperio

Alberto Priego PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE COMILLAS ICADE

OPINIÓN

María Pedreda

24 sep 2022 . Actualizado a las 11:05 h.

El imperio zarista basó su modelo de conquista en la colonización de territorios, al frente de los cuales siempre situaba a rusófonos. Es por ello que hoy encontramos importantes minorías rusas en lugares tales como los países bálticos, Ucrania, Uzbekistán o Kazajistán. De hecho, este último trasladó su capital de Almaty a Astaná para evitar que la minoría rusa, que es mayoría en el norte del país, pudiera reclamar la unión de este territorio a la Federación Rusa. Una vez se extinguió la URSS, se planteó el problema de qué hacer con esta población que había llegado allí gracias a la fuerza militar que el Kremlin había usado contra los locales. Había dos opciones. La primera, la deseada por las repúblicas recientemente independizadas, era pedir que cruzaran la frontera y emprendieran el camino de vuelta a la madre Rusia. La segunda, la deseada por los europeos y defendida por la OSCE y la UE, fue la integración de estas minorías en los nuevos territorios, permitiendo en muchos casos que este colectivo tuviera dos pasaportes. De hecho, desde el Alto Comisionado para las Minorías de la OSCE se exigió a los nuevos estados independientes que se fuera especialmente cuidadoso con los derechos de los rusófonos y que, por ello, tuvieran derecho a hablar su lengua, practicar su religión y a formar partidos políticos prorrusos.

En lugares como Estonia o Letonia, la población rusófona supone el 25 %, llegando a ser mayoría en ciudades fronterizas como Narva, Silimae (Estonia) o Daugapilis (Letonia). Esta distribución de población rusófona por el extranjero próximo (denominación utilizada por Rusia para designar las nuevas repúblicas) ha sido usada por el Kremlin para justificar la firma de acuerdos de defensa (Bielorrusia), el establecimiento de bases militares (Armenia o Kirguizistán) o incluso intervenciones militares (Tayikistán o Ucrania), que supuestamente tenían por objetivo la protección de estas minorías. En sus diferentes doctrinas militares, Rusia llega incluso a afirmar que usará la fuerza si estas minorías ven mermados sus derechos.

La movilización llevada a cabo por Putin esta semana echa por tierra esta baza que ha permitido a Rusia tener una excusa para mantener su política imperial en lugares como Armenia, Kazajistán o Ucrania. La llamada a filas de los ciudadanos rusos entre 18 y 45 años también afecta a esta población dispersa por la antigua URSS, lo que no solo va hacer menguar su número, sino también la lealtad para con el Kremlin. Muchos ciudadanos rusos que en muchos casos nunca han pisado Rusia se ven obligados a ir a luchar en una guerra de la que probablemente nunca volverán. Por ello, la figura protectora de la madre Rusia, que les defendía de los «gobiernos nacionalistas» surgidos de la descomposición soviética, se difumina en la Nebel des Krieges (niebla de la guerra de Clausewitz) que ahora cubre el territorio de Ucrania.

Si para muchos la invasión de Ucrania fue un error, porque ponía en evidencia la capacidad de hacer de Rusia, la movilización es otro error incluso más grave, porque pone en evidencia la escasa capacidad de atraer que le quedaba a Moscú. Sin contar con los cientos de miles de rusos que escapan despavoridos a Armenia, Turquía o Estonia, el mito de la madre Rusia protectora de los hijos que viven lejos de su regazo se desvanece como un castillo de naipes. Tendremos que ver qué efectos tiene la movilización ordenada por el Kremlin, pero en este momento todo parece que será otro error más a engrosar en la hoja de servicios del camarada Putin. Mientras su población trata de escapar de la llamada a filas, Putin no para de visualizar el vídeo de la muerte de Gadafi… ¿Crónica de una muerte anunciada?