La cara B de los impuestos

Manel Antelo PROFESOR DE ECONOMÍA DE LA USC

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

19 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Permítanme empezar diciendo que casi todo lo que compramos es una ganga. Por ejemplo, usted le otorga a una camisa un valor de 60 euros y la consigue por menos (digamos, 50 euros). De lo contrario, no le saldría a cuenta comprarla. Pues bien, dado que habría pagado gustosamente hasta 60 euros si en la tienda se los hubiesen pedido, al comprar la camisa es como si hubiese ganado 10 euros (tiene un producto que valora en 60 euros y por el solo ha pagado 50) y, además, esos 10 euros no los ha obtenido a costa de nadie. Esta ganancia es lo que los economistas llaman «excedente del consumidor».

El problema de los impuestos no es que duela pagarlos; el problema es que duele evitarlos y el dolor de evitarlos, a diferencia del dolor de pagarlos, no beneficia a nadie. Siguiendo con el ejemplo, en un mundo sin impuestos usted paga 50 euros por la camisa, mientras que con un impuesto de 8 euros pagaría 58. Como consigue menos excedente del consumidor, el impuesto es malo para usted. Sin embargo, no lo es en términos globales: el Gobierno recauda esos 8 euros y los utiliza para pagar, digamos, las pensiones, lo cual es bueno para alguien. De esta forma, lo malo y lo bueno se cancelan, o lo que es igual, el impuesto perjudica lo mismo que beneficia. Ahora bien, si el impuesto es de 11 euros, usted decide no comprar la camisa para evitar pagarlo, es decir, pierde el excedente del consumidor, sin que nadie gane. Es cierto que, aunque el impuesto sea de 11 euros, la persona que valore la camisa en 61 euros o más seguirá comprándola y su pérdida de excedente beneficiará a alguien; sin embargo, lo que pierden las personas que valoran la camisa en 60 euros no beneficia a nadie y, por esa razón, tiene sentido que le llamemos pérdida de eficiencia.

Muchas veces, los impuestos perjudican más que benefician, tanto más cuanto más elevados sean. Para recaudar un euro hay que obtenerlo de alguna persona y, en la mayoría de los casos, esto desalienta a dicha persona a comprar una camisa, a que trabaje horas extra o a que realice una determinada inversión. Cuando una política fiscal es más perjudicial que beneficiosa, es decir, cuando produce pérdidas de eficiencia, decimos que es ineficiente y deberíamos corregirla.

El único impuesto que no es ineficiente es un impuesto per cápita: todo contribuyente paga una cantidad fija sin tener en cuenta sus circunstancias personales ni nada de lo que pueda controlar (ingresos, activos, nivel de consumo, etcétera). Claro que estos impuestos representan una solución bastante extrema al problema de la ineficiencia. Ergo, si nos parece poco razonable financiar el gasto público mediante impuestos de este tipo, estamos obligados a aceptar alguna pérdida de eficiencia. Ahora bien, cuando la pérdida de eficiencia de una determinada política fiscal se vuelve cuantiosa es el momento de abordar posibles alternativas. Minimizar dicha pérdida debería ser uno de los lemas de la fiscalidad.