Albión

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

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13 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Con todos los respetos, llevo un empacho de sucesión al trono de órdago a la grande Albión (término latino albus, que significa blanco, metáfora para describir los acantilados de Dover en el sur de Inglaterra de un inconfundible color gris muy claro).

La longevidad de la reina Isabel II y su templanza durante el enfebrecido reinado arroja un saldo de setenta años en el trono. Tiempo y convulsiones suficientes como para encumbrarla a la categoría de personaje del siglo.

Su porte impertérrito durante el cambalache y frenético siglo XXI la hizo admirada, respetada y entrañable dentro y fuera de sus fronteras. El vodevil amarillo de los miembros de su familia aquilató aún más el apego de todo el mundo por esta mujer menuda de estilismo inequívoco, colores pastel y sombreros imposibles.

Pero todo lo que no se regenera, degenera, y el alma de funcionaria vitalicia, programada por una madre de armas tomar, fue su gran error. Imposible para el sucesor alcanzar el beneplácito de su pueblo, por edad, por su inoportuna historia personal y por su aspecto nada regio. El rey de Inglaterra tiene que ser y parecerlo, y el envarado monarca tiene una vis de teleñeco del siglo pasado que le hace más que difícil sintonizar con las nuevas generaciones.

Se le pasó el arroz de un trono tan vorazmente esperado que no ha sido capaz de abdicar en su primogénito, cayendo en el mismo error que su madre: no regenerar la Corona.

Toda la fantástica pompa y boato del protocolo inglés exhibido estos días no puede tapar las peripecias vitales y ocurrencias fetichistas del rey aireadas por la prensa del corazón de todo el planeta.

¡Dios salve al rey!