Cuando faltan las palabras

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

ROB ENGELAAR | EFE

08 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo, tan lejano que ya nadie lo recuerda, en que las cosas carecían de nombre. En realidad no existían las cosas. Todo era un desierto. Poco a poco nacieron las vides y los manzanos. Y les pusimos sus nombres. Se levantó el cielo, abierto de par en par, y comenzaron a llover estrellas anunciando sus noches. El sol iluminaba desde el Finisterre todo el orbe conocido. Aquel tiempo no precisaba demasiadas palabras. Luz, cuando la luz se hacía. Y noche, cuando la oscuridad dejaba abiertas sus rendijas para contemplar la nada. El ser humano vivía en ella. En la nada, ese lugar que carece de lugar, por donde vaga la Santa Compaña que solo los gallegos conocemos y reconocemos. Sin embargo, la humanidad no se rindió y siguió su curso. De paz en paz y de guerra en guerra. Entonces comenzamos a valorar todo lo que en verdad importa: la risa, los afectos, la piel que podemos besar y nos besa, los abrazos que construyen muros contra el infortunio, la honradez y la decencia, los amigos que queremos y nos quieren, los hijos y sus hijos, y la esperanza. También, debo reconocerlo, hubo un tiempo en que olvidamos todo aquello que debíamos valorar. Nos hablaban del futuro y corríamos tras él, ignorando que el futuro es quimera e incertidumbre. Nos hablaban de la posición social y pensábamos que la posición social importa más que un te quiero. Y éramos tan felices que no sabíamos que la felicidad es la rutina de tener a quien amar y quien te ame. Caminamos. No nos detuvimos. Caminamos y hacíamos el camino a cada paso. Los poetas lo escribieron y otros, con menos fortuna, dijeron que todo era progreso. Sin embargo, hay momentos en los que todo se para. El reloj detiene las agujas del tiempo. Hasta dejan de asomarse los astros por la ventana. Se funde en negro la película en tecnicolor de nuestras vidas. Y volvemos atrás, cuando faltan las palabras.

Les estoy hablando de los golpes que a destiempo da la vida. Una herida que no marcha, un cuchillo (como el de Miguel Hernández) que es carnívoro. Entonces nos recogemos en medio del universo. O sea, en medio de la nada. Tendremos que reconstruir la realidad. Poner nombre a las cosas, una por una. Manejarnos las lágrimas con sabiduría, secretamente, o llorarlas a los cuatro vientos cuando nadie pueda escucharnos. Hay veces en que la vida (la muerte apresurada) nos juega una mala pasada y nos pone frente a frente contra el espejo vacío y maléfico. Otra vez, otra vez la nada. El ser humano entre las cosas que ya no tienen ni nombre, que son solo recuerdos. Los ojos que miramos mil veces. Su manera de moverse. Sus gestos. La sonrisa. Esa manera de llenar los espacios vacíos y el consuelo de saber que la vida ha merecido la pena. Y echar a andar. Cuando faltan las palabras. (Para Juan Carlos Escotet, Roberto Verino y en memoria de mi amigo Javier Morán Castro).