Amor de vampiro

Javier Cudeiro Mazaira CATEDRÁTICO DE FISIOLOGÍA Y DIRECTOR DE CENTRO DE ESTIMULACIÓN CEREBRAL DE GALICIA

OPINIÓN

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08 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Echo de menos al conde Drácula. Creció conmigo y alimentó mi curiosidad (a veces mis miedos) sobre los diferentes, sobre los que optaban por opciones nada convencionales: dormía sobre tierra de su tierra, metáfora de un vínculo con las raíces cada vez más olvidado. Su mejor lecho era un ataúd, poética disponibilidad constante hacia el más allá, con nulo apego al más aquí. Prefirió la noche al día conocedor de la importancia del recogimiento y la reflexión, huyendo de insustanciales e insulsos compromisos, de los corsés sociales de la vigorexia y del gimnasio y, por supuesto, dijo que el sol y los melanomas son para otros.

Convirtió la sangre en su dieta, nutriente vital donde los haya y desprovisto de tendencias impuestas, de gurús de nutrición ortomoleculares y cocineros insoportables. Desdeñó la moda al completo ¡qué gran felicidad y acierto escoger el negro para el diario y qué elegancia la capa para las fiestas de guardar! ¡Qué ausencia de ataduras al librarse de las tiranías de los insufribles diseñadores y sus caprichosos dictados! Y, por supuesto, renunció a la vanidad de los espejos, al atildamiento personal y a todo lo que fuera babear con la imagen individual para generar infelicidad y envidia en los otros. El murciélago condenó a Instagram, TikTok y majaderías tecnocráticas similares a no devolver nunca su imagen y centró la comunicación en la mirada, la caricia, la palabra y el beso, con lengua y dientes, eso sí. Una liberación mayor no es imaginable.

Pero si hay algo por lo que adoro la historia del conde oscuro y la considero de lo mejorcito de la literatura, es por la extraordinaria historia de amor que relata. Drácula trasciende al tiempo y vivirá eternamente porque su búsqueda es también eterna. El amor por su mujer asesinada fruto de la envidia y la traición, lo convierte en un personaje decidido e implacable, un hombre diferente que condena su propia existencia para buscar a través de los siglos a su amada, esperando lo imposible y sufriendo de forma infinita, como solo sufren aquellos que aman mucho.

La novela que escribió Bram Stoker no es de terror; por bien armada que esté como ejemplo de literatura gótica, eso solo es su pátina más superficial. Se trata de una novela de amor eterno, de pasión desenfrenada que suprime la respiración y hiela el aliento.

Echo de menos a Drácula cuando veo en lo que nos hemos convertido. Hombrecillos, ellas, elles, líquidos, gomosos, espumosos, convertibles… más preocupados por una gramática imposible e impuesta, que por la persona detrás de muchas letras. Tratamos a los diferentes con distancia y miedo en el mejor de los casos, con indiferencia y odio muchas más, y hemos perdido la capacidad de acoger, de respetar y de amar. Y cuando amamos, lo hacemos por rutina. Pido a gritos que vuelva Drácula y reparta muchos mordisquillos, pido pasión en estado puro.