Gaviotas

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

Martina Miser

26 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando comienzan las vacaciones de verano se reviven sensaciones que te hacen recalcular el trayecto de tu historia. La temperatura, la luz, el mar colonizado, la calaña vocinglera explorando espacios y tiempos nuevos, los machos adolescentes estrenando nuevo plumón y aprendiendo los primeros acordes del cortejo; las adolescentes hembras disimulando miradas escudriñadoras del efecto que producen las primeras galeradas de su personalidad y atractivo. En todos ellos los reconoces y te reconoces.

Si veraneaste en el mar, los graznidos y vuelos de las gaviotas tienen el efecto magdalena de Proust mojada en pasión, serenidad, lejanía y olor a brea. Las gaviotas son unos seres polisémico y polivalentes que tan pronto evocan a Juan Salvador Gaviota que al PP. Provocan sensación tanto de libertad como de desconfianza; en estas tierras son de tamaño pavo, pico de ganzúa y polluelos gris ceniza. Las gaviotas no caen demasiado bien porque tienen un graznido provocador, semejante al banderillero cuando cita al toro, un «!eh, eh! eh!» , seguido de una risotada con poderío y mofa.

No son animales sociables, no defecan, descargan donde les peta un engrudo corrosivo que cuesta limpiar y encima, no valen para comer. Las gaviotas no vuelan como pájaros, planean como alas delta; no te miran a los ojos y te roban la tapa en un picado pirata sorpresivo. Las gaviotas son vagas, prefieren gorronear los desperdicios de los barcos y la basura en vez de ir a lo suyo.

Viendo y escuchando el fin de semana a las gaviotas, eché cálculos de veranos vividos, resitué personajes ya muertos con los que compartí sangre, sudor y arena y hasta llegué a pensar que los humanos tenemos mucho más de gaviota de lo que pensamos.